Alyssa-Amor Gibbons, de 34 años, nació en Barbados y ha sido elegida por la revista ‘Time’ como referente de las nuevas generaciones por su trabajo construyendo infraestructuras sostenibles y capaces de soportar desastres naturales.
De niña, Alyssa-Amor Gibbons no reconocía los cambios de estación que veía en películas o series. Primavera, verano, otoño e invierno eran palabras que no describían ni se ajustaban a su realidad. “Para mí, era temporada de lluvias, temporada seca o temporada de huracanes. Esa era mi versión de las estaciones”, cuenta por videollamada. Nació, creció, vive y trabaja en Barbados, una isla del caribe de casi 300.000 habitantes, 34 kilómetros de largo, 23 de ancho y vulnerable a eventos meteorológicos imprevisibles y a los efectos del cambio climático. Recuerda las alertas por implacables vendavales o lluvias torrenciales, el miedo que se apoderaba de ella y las preguntas: ¿cómo de fuerte será esta vez? ¿Resistirá la casa?
La incertidumbre, ese “¿qué pasará después?”, la ha acompañado desde entonces y es lo que le impulsó a aprender cómo se construyen los edificios, por qué unos salen indemnes del desastre y otros no y qué se puede hacer para la mayoría sí lo haga. Estudió arquitectura e ingeniería y a sus 34 años trabaja diseñando infraestructuras respetuosas con el medio ambiente y con su cultura, y capaces de resistir el impacto de huracanes, olas de calor o inundaciones. Y lo hace con la ayuda de herramientas digitales que simulan el efecto de grandes eventos meteorológicos en una copia virtual de su ciudad, Bridgetown, la capital de Barbados. A finales de 2023, la revista Time incluyó a Gibbons en la lista de líderes de las próximas generaciones.
“Me llamo de manera jocosa arquiteer (mezcla de arquitecta e ingeniera en inglés). Provengo de un país en desarrollo y es importante que tengamos la oportunidad de decidir cómo se diseñan nuestros espacios”, explica Gibbons. Trabaja en la organización Future Barbados, una incubadora de talento que nació en 2021 para transformar la vida en la isla caribeña y donde está a cargo de las innovaciones urbanas. “La sensación inminente de desastre climático me hizo muy consciente del lugar que ocupo dentro de la naturaleza y cuánto dependía de ella. También del daño potencial que, como ser humano, puedo causarle. Al entrar en el campo de la arquitectura llevé ese ethos personal conmigo. Defiendo el diseño de proyectos que dejen la menor huella posible en el paisaje, que encajen en el ecosistema y que la arquitectura sea algo que pertenezca en lugar, no que trate de imponerse en él”, detalla.
Para ello, el primer paso y al que más tiempo dedica es recorrer la ciudad, en este caso Bridgetown, y tratar de entender por qué es como es. Dónde se encuentran los edificios respecto al nivel del mar, hasta dónde ha llegado históricamente el agua, cuáles son las áreas de inundaciones recurrentes ―llamadas llanuras de inundación― o cómo están pavimentados los suelos y si favorecen o no las islas de calor. Calle a calle, esquina a esquina, un mapeo detalladísimo de la urbe sobre el que poder trabajar después. “Ahora estamos empezando entender la ciudad como un ecosistema y a tomar decisiones, implementar políticas e intervenir con el diseño arquitectónico para asegurarnos de que funcione mejor”, comenta Gibbons.
Toda esa información la utilizan para construir un gemelo digital de la capital, un modelo virtual exacto de la ciudad que se actualiza en tiempo real. “¿Alguna vez has escrito en un recibo donde hay una copia de carbón? Escribes en un papel y debajo, cuando lo arrancas, hay una réplica perfecta. Un gemelo digital es como una copia de carbón de cada edificio”, explica la arquitecta. ¿Y para qué sirve? “Puedes descomponerla o probar diferentes escenarios. Ver, por ejemplo, cómo de caliente puede ponerse una habitación según la cantidad de ventanas que tenga. Y cómo se comporta un edificio [antes un desastre natural] en un espacio seguro, donde no hay pérdida de vidas humanas. Es una herramienta de conocimiento, nos permite hacer simulaciones para que en la construcción real hayamos eliminado parte de la incertidumbre. No estamos solo esperando [al evento climático]”.
Gibbons también ha trasladado su forma de trabajar a proyectos en Reino Unido y otras zonas del Caribe. Uno de los últimos fue en Dominica, una pequeña isla montañosa de unos 73.000 habitantes y llena de bosques. En 2017, el huracán María arrasó el país y desde entonces la isla ha renacido de los escombros y construido, poco a poco, edificios más resistentes al viento. En uno de esos diseños, el de un eco-hostal, ha participado la arquitecta. El propietario y ella caminaron por la zona, para ver qué edificios se destruyeron y cuáles no. “A veces no puedes fortificarte contra cosas [como un huracán]. Y comenzamos a cuestionar si hay una manera de trabajar con, en lugar de contra los elementos. Los edificios que fueron más maltratados fueron los que tenían más seguridad contra el huracán. Todas las ventanas estaban cerradas, aseguradas y ajustadas. Explotaron por la diferencia de presión entre el interior y el exterior. Mientras que los que quizás no tuvieron la oportunidad de cerrarse tan herméticamente, sobrevivieron”, recuerda.
A priori, dice, puede parecer contradictorio. “Debido a la modernización y tal vez al acceso a la televisión, tenemos esta idea de cómo debería ser algo bueno o cómo debería verse moderno. Pero la cultura existe por una razón. Cuando miras ejemplos indígenas, ves que diseñaron de tal manera que todo era simétrico. Las aberturas [de las ventanas] se alineaban a lo largo de la casa. Y cuando el viento se ponía muy fuerte, las abrirían y permitirían que los vientos huracanados fluyeran a través de la vivienda. Es propio de los países desarrollado tratar de cerrarse a la naturaleza. Quieren mantener el viento, la lluvia, la humedad fuera. Pero en mi parte del mundo, en las zonas tropicales, no es así como hemos vivido. Volver a esa idea de dejar que la naturaleza haga lo que hace y canalizar en lugar de tratar de luchar contra ella puede resultar también”, relata.
Más allá de los huracanes, lo que más le preocupa a la arquitecta son las olas de calor, cada vez más intensas en todo el caribe. “Probablemente, son la mayor amenaza en términos de desastre natural y muertes [ahora]. No se trata solo de que la ciudad funcione, también de la calidad de vida de los ciudadanos. Muchas veces hablamos de sostenibilidad de forma aislada, pero en el Caribe, sostenibilidad y resiliencia significan lo mismo. Y la resiliencia no se trata solo de resistir para vivir al día siguiente. Es la calidad de vida que puedes preservar, es que diseñes en un edificio para asegurarte de que las personas puedan mantenerse y no solo inmediatamente después de un evento”, añade.
Uno de los desafíos de vivir en una isla pequeña, comenta Gibbons, es que el gobierno no siempre dispone de fondos suficientes para renovar o construir, y son entidades externas las que compran las tierras para montar, por ejemplo, hoteles u oficinas. Y estas construcciones no siempre respetan el ecosistema o tienen en cuenta las condiciones climáticas. La arquitecta defiende que la solución no tiene por qué ser compleja. Por ejemplo, en el caso de las altas temperaturas, basta con analizar el efecto del calor en la simulación, cotejarlo con los datos recabados cada año, e intentar estimar cómo varía la temperatura de una zona si se añaden árboles, más o menos ventanas y hacia dónde se orientan. “Es mirar la ciudad. Es algo tan pequeño, pero con lo que puedes salvar vidas”.
Fuente: Beatriz Olaizola para El País