El mes de junio se celebra en muchos países, como el mes del orgullo LGBTIQ+. En conmemoración de los disturbios en Stonewall, sucedidos a la madrugada del 28 de junio de 1969 en la ciudad de Nueva York. En esa ocasión, quien dio el primer paso a la revuelta fue una mujer trans negra y trabajadora sexual, Marsha P. Johnson.
Es por lo que hoy, 52 años después de Stonewall, es necesario replantearnos varias cuestiones como comunidad: desde las causas que hoy priorizan nuestros procesos de resistencia, hasta la violencia que se puede reproducir en nuestros propios espacios. Porque si hoy conmemoramos este mes, lo hacemos gracias a la rabia, a la desobediencia y al deseo de ser nosotres aun estando afuera de los marcos normativos, no a las ansias de pertenecer en ellos.
A diferencia del movimiento LGBTIQ+ de los años 70 (donde incluso muchas de estas categorías identitarias, ni siquiera estaban instauradas), hoy las causas han dado un vuelco. Ya no se trata de repudiar el sistema, sino de encaminar todos nuestros esfuerzos a pertenecer en él. Las instituciones que por siglos nos expulsaron por ser quiénes somos, hoy son un punto de meta, un horizonte al que irremediablemente todes queremos llegar.
Ya no se trata de revertir el sistema, se trata de reformarlo para que exista un lugar para nosotres, como si el sistema no dependiera de la violencia que ejerce en nuestros cuerpos. Las causas mutaron, mutaron para configurarnos dentro del capitalismo, para “incluirnos” dentro de un sistema que por definición nos excluye.
Mutaron para consolidar un modelo normalizador de nuestras subjetividades, un modelo que descuida a las personas racializadas, a las pobres, a las que tienen alguna discapacidad, a las personas gordas, a las migrantes y a las no occidentales. Mutaron, dentro de un movimiento masificado, que descuidó cómo las personas LGBTIQ+ cargamos con violencias divergentes a la orientación sexual y la identidad de género. Se removieron tanto las bases de nuestro movimiento, que acabamos aliándonos en muchos casos con los mismos a los que nos enfrentamos en Stonewall, con las fuerzas policiales.
Con el tiempo, nuestros deseos colectivos de desmontar estos organismos se transformaron a la posibilidad de pertenecer. Abolir el sistema carcelario y la policía parecía demasiado lejano, resultó mucho más simple exigir que no se nos discriminara para poder entrar a estos espacios. Así mismo, el matrimonio se convirtió en la pieza que nos permitía escapar de todas las desigualdades a las que estábamos expuestes, claro está, si el único motivo de nuestra vulneración era el no ser heterosexuales.
Orgullo: ¿para quiénes? Orgullo: ¿para qué? ¿Para sentirnos orgulloses de quiénes genuinamente somos o para negarnos al punto, de sólo ser plausibles en los márgenes de un capitalismo rosa?