El racismo lingüístico es más conocido como el fenómeno de discriminación, donde una persona o grupo étnico-racial puede recibir un trato discriminatorio debido a su lengua o al acento con el que se expresa.
Sin embargo, existen otras formas que manifiestan el racismo lingüístico. Por ejemplo: la eliminación sistémica de la definición positiva de ciertas palabras que describen algunos hechos etnológicos e históricos de una persona o grupo racializado, como es el caso de “Quilombo“, “Mambo“, “Vudú“, “Boludo”, “Pelotudo”, entre muchos más.
Las palabras “pelotudo” y “boludo” son dos argentinismos comúnmente conocidos por su significado negativo para tratar a un desconocido –“Este tipo es un pelotudo”– o para tratar a un cercano –“Che, boludo…”-. Incluso el poeta uruguayo, Juan Gelman, sentenció que la palabra “boludo” es la que más identifica a las personas argentinas.
Ambas palabras están reconocidas por la Real Academia Española como términos referidos a una persona “Que tiene pocas luces o que obra como tal”, entre otros.
Pero, ¿cuál es el verdadero significado de estas palabras en realidad? ¿Quiénes eran los ‘boludos’ y los ‘pelotudos’?
Estos conceptos tendrían su origen en las guerras de la Independencia argentina, cuando los gauchos peleaban contra un ejército de lo que en aquella época era el “Primer Mundo”: El español.
Los gauchos se formaban en tres filas. La primera era la de los “Pelotudos“, que portaban las pelotas de piedra grandes amarradas con tientos. La segunda, era la de los “Lanceros“, con facones y tacuaras. Y la tercera la integraban los “Boludos“, con sus boleadoras y bolas.
Cuando los españoles cargaban con su caballería, los “Pelotudos“, haciendo gala de una admirable valentía, los esperaban a pie firme y les pegaban a los caballos en el pecho, que de esta manera rodaban y desmontaban al jinete, provocando la caída de los soldados que venían atrás.
Los “Lanceros” aprovechaban esta circunstancia y pinchaban a los caídos. Los “Boludos“, los rematan en el piso a pura boleadora.
Sus valentías eran tan miedosas que Domingo F. Sarmiento envió una carta a Bartolomé Mitre, en la fecha del 20 de septiembre de 1861, donde le dice:
“Se nos habla de gauchos… la lucha ha dado cuenta de ellos, de toda esa chusma de haraganes. No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre de esa chusma criolla, incivil, bárbara y ruda es lo único que tienen de seres humanos”.
Cabe precisar que, según el arquitecto y arqueólogo Daniel Schávelzonen en su libro “En Buenos Aires Negra (Emecé, 2003)” se afirma que, en el siglo XIX, el 37% de los gauchos eran afrodescendientes.
Luego, allá por 1890, un Diputado de la Nación Argentina –aludiendo a lo que hoy llamaríamos “perejiles“– dijo que no había que ser “tan pelotudos” en referencia a que no había que ser “tan estúpidos“. Desde entonces, una memoria de resistencia de los pueblos afrodescendientes y originarios, conocidos como “los gauchos”, se transforma en el insulto más común del presunto país de blanco.
¡Sí! Los boludos y pelotudos eran, al contrario, una resistencia que enfrenta con mucha valentía a los antiguos colonialistas que invaden sus territorios, aunque terminan siendo víctimas no sólo de uno de los genocidios más sangrientos en la región, sino además del más grande “lingüicidio”, entendido como el exterminio o la eliminación sistemática de un grupo humano por motivos étnico-raciales a través de la lengua.
Una reflexión de Jackson Jean