¡Hay un hombre blanco dentro de mí!

¡Hay un hombre blanco dentro de mí!

Pienso desde la que soy, desde dónde estoy, desde el lugar que me enuncio en los territorios que he habitado, desde la sankofa (raíz – África) hasta mi Orí (Yorubá – Molleja, centro profundo de la esencia, en la cabeza) – hasta el mismo vórtice del pecho al filo del universo, rasgando las memorias que son rastros de lugares de los cuales me han expropiado. Lugares de los cuales he salido con el espíritu desterrado, con mi saber adquirido, razón de mi experiencia en el mundo como mujer negra no hetera, expropiado. 

No sabía que le llamaban epistemicidio, violencia epistémica (que tiene mucho sentido cuando se mira al mundo desde relaciones de poder basadas en la raza y en el género, afectadas además por otros sistemas de dominación) apropiación cultural también le nombran, o violencia misógina, no sabía que le llamaban racismo o racialización y que la imbricación de estas dos últimas, racialización y misoginia era Misogynoir y que la herramienta que nombraba la manera en que se imbrican todas ellas era nombrada interseccionalidad, que se está consagrando como principio político en las construcciones teóricas y prácticas de los Feminismos afro, decoloniales y comunitarios en la agenda mundial; qué dolor saberse recorrida por una herida infringida que se ve difícil hasta de pronunciar, no entiendo a la gente que defiende un lenguaje impuesto por el mismo amo que colonizó su tierra, su gente, su espiritualidad, lenguaje y mente… 

En muchas ocasiones nuestras referencias conceptuales nacen en cuerpas afro-pensantes con luchas negras profundas, pero en diásporas gringas (entiéndase por «gringo» todo lo blanco y propio del Norte Global) donde se erigen discusiones distintas en las academias y donde se debate el conocimiento institucionalizado del Norte, el pulso etnográfico que nos ve como «objetos estudiables», «mano de obra barata y cualificable» personas negras sí, pero también latinoamericanas, caribeñas y exotizables, “explotables”, conservando maquinarias de la blanquitud para replicar la perdurabilidad de su supremacía desde el saber y la institución que lo agencia selectivamente.

Sin embargo, pese a que somos el mismo pueblo, compartimos la diáspora africana y nos atraviesan situaciones similares, casos como en la comunidad NARP pueblo Afro colombiano (Pueblo Negro, afrocolombiano, raizal y palenquero como le gusta llamarnos a la institucionalidad) nos movilizan diferentes valores circulares de las expresiones identitarias afrodescendientes y especialmente nos movilizan diferentes necesidades, opresiones y causas, como si fuésemos tribus negras en constante cambio aunque del mismo pueblo, entonces asumir que todas las personas negras somos iguales, es así como el racismo, una imprecisión… un absurdo. 

Siempre me pensé muy mala y merecedora de cada violencia contra mi ser y mi cuerpa, y digo cuerpa porque permite que desautorice el imaginario blanco que me recorre rompiendo un dogma pesado que desde mirada ajena corre el riesgo de quedarse a habitar, ¿cómo es la pre concepción edificada en la colonia sobre las corporeidades prietas?

Responder a ideales sobre cómo debe ser mí cabello o mis senos, especialmente cómo debe ser mi boca o mi trasero estéticamente “correcto” desde la mirada de lo blanco hacia lo negro me es ajeno. Especialmente en un sistema mundo que sitúa lo blanco como lo hermoso, lo pacífico o lo bueno. La blanquitud es pretenciosa, cree que a partir de la raza puede definirnos como lo otro, con lo que precisan en llamar estereotipos, reforzando y normalizando desde las palabras castellanas vulneraciones a las que nos vemos expuestas todo el tiempo las personas negras. Yo he preferido iniciar a llamar a los estereotipos estigmas, siento que pesa con mayor fuerza en la narrativa neo contemporánea social, a ver si entienden la fijación de su función identitaria, a ver si les cala en la conciencia etnográfica. 

A veces siento que el enemigo soy yo y rápidamente desgloso y confirmo que un hombre blanco me habita. Todo el resultado del proyecto patriarcal me despierta casi a diario con la idea indigna de no poder, como si el poder no fuese hecho para personas que se ven como yo, o que vivimos en todas las gamas un mismo color.

Ese blanco afirma que las personas negras somos holgazanas, que olemos mal, que debemos blanquear los matices de negro, que debemos cambiar los colores de la negra, dice de nosotres que no estamos hechos como pueblo para gobernar (allí uno de los orígenes del perfilamiento hiper violento político y racial contra la hermana vicepresidenta Francia Marquez Mina). Ese blanco que está despojando desde adentro las construcciones que nos ha costado edificar para romper la voz cruel de su inhumanidad, de su mandato de insuficiencia. No ser capaz es un imperativo de la niñez, la mayoría de infancias prietas lo sufrimos sólo por nacer, herida colonial dirán. 

A veces reflexiono sobre la acción o decisión de habitar mucho tiempo un mismo espacio físico territorial, la materia, lo vivo; pienso acerca de la energía que se mantiene inmóvil respirando cotidianidad con el sofisma de estabilidad sin cuestionar. Mujeres negras de cabello liso que piensan que la razón de ello es no quererse peinar desconociendo su propia colonialidad, desconociendo su razón de la «empatía», la deshumanización ancestral; también se me viene a la mente la gente que se levanta y se acuesta en el ocaso de sus días, al filo de su muerte con la marca del colchón en la cama y un tallón en la frente entre el frío, como si pasase imprecisa la vida mientras se está dormida, migrando haciendo de hábito lo íntimamente repudiado. 

El ex guerrillero Luis Manuel “fariano” me dijo que la seño Virgelina Chalá, la “mamá Upa” como le decimos a las mayoras, madres, awelas, acá, dice que “No existe la desterritorialización, definitivamente no es posible separar al ser de su árbol o su río, de su comunidad, de su comadre, su manita o su vecino – se es en unidad”… agregaría -con muchísimo tacto- que el ser es la proyección que tiene de su entorno, generalmente hombre, generalmente blanco, pero también de lo añorable, cartografías que aparecen en sueños sobre los lugares que recorre habitualmente la mente, manteniéndose a salvo del duelo territorial que resulta de la expropiación misma del lugar común, del desplazamiento forzado, de la voluntad de los politiqueros blancos, de los tombos o policías, los paramilitares, las disidencias guerrilleras y los narcos, donde se ha construido y el alma se ve reflejada: negras territorialidades; ese sentimiento de arraigo, de mar y selva, de montañas, de páramos, de las frutas que dan semilla a nuevas plántulas, de los ombligos enterrados debajo de la planta de cabeza, de las migrantes mariposas que cual estela de pétalos impolutos dejan colores en el aire como en un buen viaje, el sonido de bandadas de diversos pájaros cercanamente sobrevolándonos.

Las personas afro habitamos un duelo de África no elaborado y la vida nos dió tierras hermosas en Abya Yala que también «enduelamos». Los ruidos blandos al oído forman parte del paisaje cotidiano. 

Somos éste todo colectivo y se ha dicho que vistas desde el espacio, las fronteras son profundas colonias producto del imaginario del amo, división geográfica le llaman, ampliar la mirada es una cuestión que nos cobija a todes y que nos obliga a todes como el constante deber de decolonizarnos, despatriarcalizarnos, dejar de ser señalades para pasar a nombrarnos.

He reflexionado también sobre la fuerza que acompaña el viaje, la aventura irrevocable; sobre pienso los encuentros con cuerpas improbables que dejan marcas sensibles de caminos que recorren serpenteantes, como cuando ingreso a un salón o espacio de interlocución y la mayoría son personas «color piel», los lugares en los que se ha experimentado la dicha, los lugares en los cuales se ha sentido la  a m a r g a  desdicha. También así como en este ejercicio de sentipensares, siempre se me hacen laberintos de trencitas en la mente y pienso en eso, en las trenzas de mis hermanas, mis mamás y mis abuelas llenas de semillas negras. 

En la soledad que camina en la habitación entre baldosas o tablas, sobre las colillas en el suelo que agoniza mientras nos sectorizan, clasifican y gentrifican en el desplazamiento que corta en dos al ombligado, en el desplazamiento que viola la dignidad de la ombligada, el mayor riesgo del-la Sentipensante es que se acerca con peligro a la nostalgia que trae consigo lo observado, lo entrañable, lo entendible y descifrable. 

Un texto de Karina Oshún Rivas

Deja un comentario