Soy la amiga gitana que les salva de ser racistas

Cuando eres niña, no sabes que las demás personas te perciben como alguien diferente. No te lo cuestionas. Nadie nace siendo racista. Yo creo que todas las personas racializadas hemos pasado por el momento ese en el que algún compañero nos ataca utilizando lo que somos de una forma despectiva. Es decir, llamándome gitana como si fuera un insulto. En ese momento es cuando percibes que eres diferente. Con el tiempo te das cuenta de que esos niños y niñas solo repetían lo que se les decía en casa: que lo que yo era no estaba bien.

Te das cuenta entonces de más cosas, como que el profesorado segrega al alumnado gitano, concentrándonos en el mismo aula, apartándonos del resto. Aprendes a identificar esas pequeñas pinceladas de la vida cotidiana que crean una sociedad racista.

El racismo antigitano se enmarca en un contexto histórico que se repite y que pasa de padres a hijos, de madres a hijas. Nos atraviesa a todas las personas gitanas, independientemente de si cumplimos con el estereotipo y no. Aunque no puedan encasillarnos, buscarán alguna forma de hacernos ver diferentes. Es más, para ellos es un punto extra si no cumplimos con dicho estereotipo. Te dirán: “Tú eres diferente, no eres como el resto de las gitanas”, como si fuera un cumplido. Consideran que, si somos diferentes a lo que consideran propio de lo gitano, les estamos dando la razón y aliviando su conciencia a la hora de dedicar ataques de odio hacia las personas gitanas que sí que entran en el estereotipo.

Los estereotipos hacen que nunca lleguen a vernos como las personas individuales que somos. Soy gitana, es parte de lo que soy. Pero no quiero que me reduzcan solo a eso. Los racistas no quieren entender que también somos personas que compran el pan, hacen deporte o van al cine. Estereotiparnos nos aleja de ser consideradas personas, y todas y todos sabemos lo peligroso que puede llegar a ser deshumanizar una etnia.

El estereotipo parte del desconocimiento. A mí me han llegado a decir que soy la primera gitana que ven de cerca. Es decir, que basan sus prejuicios en la imagen de las personas gitanas que aparecen en la telebasura o en películas que no hacen ningún bien a mi etnia, más que alimentar el odio.

A veces me dicen que bueno, que la cosa ha mejorado, que la sociedad es cada vez más diversa e inclusiva. Yo creo que el racismo no ha disminuido o aumentado, sino que simplemente se ha enmascarado. Antes nos tiraban palos y piedras, o nos echaban de los colegios. Ahora son más pasivo-agresivos: enmascaran el racismo con bromas, consejos con respecto a nuestra cultura o comentarios. Utilizan las redes sociales o los medios de comunicación para agredirnos. 

Lo cierto es que buscar un empleo es una batalla perdida para la mayoría de nosotras. En el momento que ven que eres gitana, hacen lo posible para no darte un trabajo. Mi hermana, para poder trabajar, siempre ha tenido que ocultar que es gitana. Eso implica que ha escuchado muchas veces a sus compañeras hablar mal de su clientela gitana, o incluso acosarla. No nos alquilan pisos, a veces incluso dicen explícitamente que no quieren a personas gitanas. Entrar a cualquier tienda de ropa o al supermercado es una odisea: muchas veces te vas sin comprar nada por no tener que aguantar la humillación de que te persigan como si fueras un delincuente.

Además de esa discriminación abierta, el racismo se construye sobre otras formas más benevolentes, como el discurso de la integración. Esa integración que los racistas tanto nos piden es radicalismo enmascarado. No pueden asumir una cultura o una forma de pensar distinta. 

También ocurre que a las personas racializadas nos agasajen con preguntas y elogios a nuestra cultura o nuestro físico. Es genial que se interesen por tu cultura, pero la mayoría de veces no es para aprender. Más de una vez me han dicho que soy muy educada o muy inteligente… para ser gitana. Las personas que hacen esos comentarios niegan rotundamente ser racistas. Es más: yo soy la conocida gitana a la que apelan cuando les acusan de racistas. Por ese tipo de actitudes, aunque tengo buenos amigos y amigas payas, a menudo no me siento del todo yo misma o no puedo serlo con todos. 

Un mensaje habitual desde la blanquitud es que el racismo hay que ignorarlo. No lo creo. No somos niños y niñas en un patio de recreo acosados por el chico grande. El racismo es una plaga social que hay que ir arrancando de raíz, que se combate amplificando la voz de quienes lo vivimos a diario, educando las mentes con información y no con odio, en las aulas y en los hogares. Se combate también desde las instituciones, con medidas de reparación, de recuperación de la memoria histórica de nuestro Pueblo y de todas las minorías oprimidas en nuestro país. Y, por supuesto, desde el activismo. 

El pasado mes de enero, estaba con mis amigas (todas jóvenes gitanas de entre 17 y 20 años) de compras en el centro de mi ciudad, y entramos a una tienda de cosméticos, cargadas con bolsas, hablando tranquilamente. No tardamos mucho en darnos cuenta que uno de los dependientes nos seguía de una forma acosadora y desmesurada; hasta llegó a cortarnos el paso en una ocasión. Decidimos confrontarlo, con la esperanza de que, por lo menos, se sintiera avergonzado. Pero el chico se puso a atacarnos verbalmente, mientras toda la tienda nos miraba. Llegó a aceptar que nos seguía por nuestra condición de gitanas. 

Fue humillante, y bastante impactante vivir eso. Pero no nos callamos: le grabamos en vídeo aceptando que nos seguía por nuestra condición de gitanas, fuimos a contarlo a la Asociación de Mujeres Gitanas de Euskadi (AMUGE), y a partir de ahí un largo camino de denuncia, tanto por la vía judicial como a través de los medios de comunicación y de una manifestación ruidosa frente a las tiendas que nos tratan como ladronas solo por ser gitanas. Fue duro, pero también fue empoderante y sanador. 

Por ello, quiero dirigirme a todas las mujeres gitanas, para que sepan que no están solas si sufren o han sufrido algún tipo de acoso racista. Es importante que no lo normalicemos y que sepamos que podemos contar con el apoyo incondicional del activismo gitano. 

Una reflexión de Manuela Vega Manzanares, colaboradora de AMUGE Elkartea

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