Teresita Gómez es a sus 80 años una leyenda viva de la música en Colombia.
Tiene una trayectoria de casi ocho décadas en el piano, en las que ha conectado, como intérprete y como maestra a miles de personas con la música, y ha llevado a compositores de Colombia a los escenarios más destacados del mundo.
Su historia de vida además, es extraordinaria e inspiradora.
Fue adoptada por una pareja antioqueña que trabajaba en vigilancia en el Palacio de Bellas Artes de Medellín. Su casa estaba dentro del palacio.
Creció siendo una niña negra y pobre en un mundo de gente blanca y rica. Desde entonces, tuvo que aprender a enfrentar los prejuicios y la discriminación de una sociedad racista.
Hace unos años, Teresita buscó a la escritora Beatriz Helena Robledo para que escribiera su biografía, en un intento por encontrar lo importante de su vida y dárselo a los demás como lección.
En noviembre de 2023 vio la luz “Teresita Gómez. Música, toda una vida”.
Pese a los múltiples intentos, hasta el momento de la publicación de este artículo BBC Mundo no pudo hablar con Teresita. Sin embargo, BBC Mundo conversó con la biógrafa a propósito de la presentación del libro en el último “Hay Festival de Cartagena”.
Lo que sigue es un recuento basado en el libro de cómo esa niña que creció en Bellas Artes se convirtió en Teresita Gómez, la que hoy es la mejor pianista de Colombia.
La infancia en un palacio
Teresita nació en Medellín el 9 de mayo de 1943. En unas circunstancias rodeadas de secretos, fue adoptada por Valerio Gómez y Teresa Artega, que eran los porteros del imponente Palacio de Bellas Artes de Medellín.
Teresita no tardó en darse cuenta de que era adoptada. Era una niña negra criada por una familia blanca, y les niñes de su entorno no dudaban en recordárselo.
El palacio se había inaugurado apenas 6 años atrás y allí se educaban en música y pintura les hijes de la élite de la ciudad. Teresita tuvo la atípica experiencia de vivir en una estrecha casa dentro de ese palacio, que a su vez quedaba en un barrio pudiente.
Allí tuvo sus primeros encuentros con el piano.
Cuenta ella que, siendo aún muy niña, acompañaba a su papá por las noches a recorrer el palacio para asegurarse de que todo había quedado en orden.Entonces se sentaba en un piano sin tener instrucción alguna sobre cómo tocarlo, y empezaba a buscar en su memoria las notas que les había escuchado a las alumnas durante el día. A oído, logró sacar dos pequeñas melodías. Su padre la llevó al auditorio para que diera su primer concierto en piano de cola. Su público: Valerio y Teresa, su familia adoptiva. Tocar a escondidas se le convirtió en un hábito, y su padre lo auspiciaba.
Un día, por un error de cálculo, empezó a tocar en un salón antes de que la profesora de piano se hubiera ido. “La negra está tocando el piano”, gritó al verla. Desde ese momento, aceptó darle clases a Teresita. Tenía que ser a escondidas porque Valerio, y en especial Teresa, temían que les echaran del palacio si los directivos o las familias de las alumnas se enteraban, pues que una niña negra, pobre y adoptada tocara el piano era para algunos impropio.
Y así se lo dejaron saber a Teresita cuando Valerio y la profesora decidieron revelar el secreto.
Teresita empezó a tocar con las demás niñas del conservatorio gracias a una beca, pero afloraron las maneras de hacerle notar que no era “igual” a sus compañeras. En los conciertos semestrales, por ejemplo, cuenta Teresita que si todas iban de blanco, ella iba de azul. Y si todas iban de azul, ella de amarillo.
Su talento y su disciplina la hacía destacar notablemente.
La maestra le asignaba una pieza para que la estudiara toda la semana, y al día siguiente ya se la sabía de memoria.
“Ella tiene la música adentro, tiene un oído absoluto. Es un talento”, le dice la biógrafa Robledo a BBC Mundo. “Además, es muy disciplinada, muy entregada”. Dice Teresita que nunca pensó en éxito ni fama, ni en competir con sus compañeras. Lo único que le importaba era tocar el piano y hacerlo cada vez mejor.
Pero no sólo en el conservatorio era revolucionaria la presencia de Teresita. A les niñes del barrio, que vivían en casas lujosas, les prohibían jugar con ella. En la calle le gritaban: “¡Regalada!”. En un colegio de monjas carmelitas que quedaba cerca del palacio le negaron el cupo porque “no recibían negros”.
“Claro, es que tomaste un frasco de tinta china y se te tiñeron las venas”, le explicaba su madre. “Una de las cosas que a mí me enseñó es que ella supo ponerse por encima de eso (el racismo), no se quedó ahí, en la rabia y el resentimiento”, dice Beatriz Helena.
Nada era tan azaroso como parecía. Años después y atando cabos, Teresita supo que su padre biológico era un pianista y director de orquesta italiano que era asiduo de Bellas Artes y amigo cercano de Valerio.
Aunque separados por el abismo del secreto, Teresita creció cerca de él, quien según cuenta ella siempre se emocionaba hasta las lágrimas al oírla tocar el piano.
“Esa es una gran revelación que hace la biografía y que explica mucho”, cuenta Robledo en diálogo con BBC Mundo.
Los dolores de crecer
Robledo incluye en el libro esta cita del escritor antioqueño Fernando Vallejo, quien coincidió con la pianista en los pasillos del palacio cuando eran ambos todavía niñes:“Bellas Artes era el reino de una niña, Teresita Gómez, de mi edad, pero de distinto color: negra. Y en el color estaba el milagro”.
Teresita se codeaba en ese reino con artistas de la talla de Débora Arango, una de las más reconocidas del siglo XX en Colombia, se colaba en las clases de pintura y hasta servía de modelo. Por petición de su maestra de piano, abandonó el colegio. Tocaba por largas horas, que alternaba con lecturas de Wilde y Dostoievski.
Era una niña muy culta para su edad.
A finales de los 50, cuando tenía 15 años, Teresita se mudó a Bogotá. Una señora rica la había escuchado tocar, y decidió enseguida ayudarla a conseguir un cupo en un internado de monjas en la capital. En Bogotá, Teresita siguió estudiando piano en el conservatorio de la Universidad Nacional, donde se rodeó de los mejores músicos y músicas del país.
“En esa época estaba consolidándose la música académica en el país. Entonces, a ella le tocaron unos profesores excelentes”, afirma Beatriz Helena.
Se insertó pronto en un círculo social que unía a las artistas y los intelectuales de izquierda de la ciudad. En ese mundo conoció a Jaime Moreno, un prolífico flautista, y se enamoraron. Con apenas 19 años, quedó embarazada.No eran las circunstancias más propicias para tener un bebé. Eran muy jóvenes y estaban lejos de tener su situación económica resuelta. Teresita tuvo que dejar la música para cuidar a su hija. Sus habilidades extraordinarias en el piano tuvieron que dejar paso a las tareas del cuidado del hogar, de su hija y de su marido.
La frustración no tardó en llegar. Entonces cayó a sus manos un libro de Paramahansa Yogananda, un famoso yogui al que se le atribuye dar a conocer la meditación y la “filosofía oriental” en el mundo occidental. Ahí comenzó un camino espiritual, a través del cual, cuenta ella, logró sanar sus miedos y encontrar su rumbo.
La vida en Bogotá se le había vuelto muy difícil. Su matrimonio se había desgastado, vivía con muchas carencias y había dejado de lado su pasión.
Por consejo de un amigo, Teresita resolvió volver a Medellín a terminar sus estudios.Dos años después, se graduó del conservatorio de la Universidad de Antioquia como la mejor alumna. En su primer concierto como música profesional, Teresita tocó el Concierto en mi bemol de Franz Liszt junto a la Orquesta Sinfónica de Colombia. “Un verdadero acontecimiento”, escribió un erudito musical sobre su interpretación.
Justo cuando los frutos de su esfuerzo empezaban a darse, Teresita tuvo que enfrentar una tormenta personal. Su madre se enfermó, su padre murió repentinamente, y Teresita terminó recluida en contra de su voluntad en un hospital mental. “Mi papá me enseñó cierta dignidad, no una dignidad de creerse más que nadie, sino una dignidad de respetarse a uno mismo y lo que quiere, esa fidelidad con uno”, expresó Teresita en una entrevista de 2022.
Poco después, resultó embarazada de un hombre que no era su marido.“Caí en desgracia en Medellín. Prácticamente me cerraron todas las puertas”, afirmó.
En los años siguientes, Teresita enseñó piano en Manizales, en Medellín otra vez, en Popayán y en Bogotá. Tuvo un tercer hijo, y daba un concierto tras otro para subsistir. Mantener a tres hijos siendo pianista no era tarea fácil. En 1978, Teresita viajó a Cuba. Hizo cinco recitales y grabó un programa de televisión. Se sintió como una celebridad.
No sabía lo que le esperaba a su regreso a Colombia. Era la época del gobierno de Julio César Turbay, que estuvo marcada por lo que se conoció como el “Estatuto de seguridad”, una política anti insurgente que redundó en represión, arbitrariedades y violaciones a los derechos humanos. Para entonces, Teresita estaba casada con Fernando Jaramillo, un pianista de música popular que fundó una famosa orquesta llamada Los Tupamaros.Un día, mientras caminaban juntes por Medellín, dos hombres armados los detuvieron y los llevaron a una estación de la policía secreta. Les acusaban de ser parte de la guerrilla del M-19 y de hacer parte de un robo de armas del Cantón Norte, sede de las fuerzas militares en Bogotá. A Teresita le decían que la habían visto asaltando un banco estatal.Todo era falso. No había ninguna prueba.
La interrogaron 18 veces. Duró más de un mes privada de la libertad.
“Me leí todas las novelas de Agatha Christie, meditaba, y no podía dormir sino de día, porque de noche estaban torturando a la gente y yo oía”, le contó Teresita a El Espectador.
“Fueron veinte días de sudor y temblor. La cabeza se me bloqueaba, pensaba en mis hijos”, afirmó a la revista Cromos.
La razón de ese error mayúsculo: los detectives habían confundido la orquesta que dirigía Jaime con un grupo guerrillero uruguayo que tenía el mismo nombre. Explica Beatriz Helena Robledo: “Para ella eso fue muy traumático. Dice que estuvo mucho tiempo con dificultad de concentrarse”.
De misión diplomática en Alemania
Dice Teresita que una de las personas que marcó más profundamente su vida fue Belisario Betancur, el presidente de Colombia entre 1982 y 1986. Ella tenía 39 años cuando él la llamó para ofrecerle ser agregada cultural de la Embajada de Colombia en Alemania Oriental. Alemania fue para Teresita una experiencia transformadora y un regalo de la vida. Fue el momento en que alcanzó su propia cima.
“Eso fue abrirle el mundo, y además foguearse en los mejores escenarios europeos. Yo creo que ella debió haber crecido como pianista muchísimo en esa estadía. Ella misma lo dice: antes y después de Alemania”, explica Beatriz Helena Robledo.
Llegar a Berlín en plena Guerra Fría, sin hablar alemán y con tres hijos no fue fácil. Además, como le ha pasado en tantas otras ocasiones, se topó de frente con el racismo. El primer día el embajador la confundió con una empleada doméstica, y cuando supo quién era lo primero que le dijo fue: “¿Sabe leer y escribir?”.
Le dieron una oficina y la llenaron —a ella, una pianista excepcional— de tareas burocráticas. Aun así, con intermediación del presidente, comenzó a viajar y a hacer lo que mejor sabe. Su primer concierto en Europa fue en París. Tocó las cuatro baladas de Chopin y siente que las tocó como nunca. En Europa, Teresita dio conciertos en Alemania, Polonia, Austria, España, Suiza, Hungría; acompañó a músicos como Pierre Rampal y Tortelier.
“Tocar fuera de mi tierra es lo mejor que me ha pasado”, dice Teresita.Fue también en ese periodo cuando se comprometió con divulgar a compositores colombianos que nunca se habían tocado en Europa.
Una maestra del piano
El regreso a Colombia fue turbulento para Teresita. Vladimir, su hijo menor, se había tenido que devolver antes por estar metido en negocios turbios. Era adicto. Ya en Colombia, estuvo tres veces en la cárcel. Teresita trató de ayudarlo como pudo, pero no pudo salir de ese mundo.Vladimir murió en 1999, una tristeza honda para ella, que lo amó incondicionalmente.
También por la época en que volvió de Alemania le empezó a afectar un fuerte dolor en las manos, que la llevó incluso a perder la sensibilidad en los dedos. Para cualquiera sería angustiante una cirugía en las manos, pero Teresita se estaba jugando su vida. Tenía unos 50 años y no sabía hacer otra cosa que tocar el piano.
Fue una recuperación larga y agobiante. Las manos no le respondían.
Dice Teresita que fue el momento en el que se volvió buena profesora de piano. Como tuvo que empezar a retomar el instrumento poco a poco, como lo hace un aprendiz, fue más consciente que nunca de los movimientos de sus manos. A juzgar por lo que vino después, así fue.
Años después, Teresita recibió un reconocimiento como la mejor profesora de la Universidad de Antioquia, donde ha formado pianistas por más de 20 años. Les alumnes con quienes habló Beatriz Helena para la biografía, cuentan que su método para enseñar el piano es único y pasa siempre por conectar el piano con la vida.
Además de su labor como maestra, Teresita ha seguido dando conciertos hasta hoy y ha grabado varios discos. La lista de condecoraciones que ha recibido es extensa. En 2022, Teresita tocó sin haberlo preparado, sola y durante varios minutos en la posesión del presidente Gustavo Petro.
Lo que se había planeado era que iba a tocar junto a la orquesta el himno de Colombia, pero durante el evento el presidente pidió que llevaran al lugar la simbólica espada de Bolívar para la toma de posesión.
Mientras llegaba, se abrió un receso silencioso. Y entonces, Teresita deleitó a miles en la Plaza de Bolívar y a quienes seguían la transmisión con un repertorio que escarbó de su memoria. Sin partitura. Sin ensayo.
“Ese día para mí fue único. Nunca pensé que yo pudiera haber visto lo que vi y lo que sentí, que fue conmovedor. Fue la fiesta del pueblo. Estábamos todos ahí”.
Ese momento encapsula algo que ha repetido una y otra vez: que su música se trata de comulgar con los demás. “De niña aprendí a tocar para que la gente me quisiera. Ahora toco porque quiero a la gente”.
Fuente: BBC