La lengua o la vida

Ćhaja veśìtka, ćorrorre,
śukar sär mamuxa kale,
kamen te liȝan
ćenǎ sovnakune
Las gitanillas de los bosques, pobreticas,
hermosas como las zarzamoras,
también desean llevar
pendientes de oro

Bronisława Wajs, Papuśa

Me encantaría poder comenzar este artículo con una frase en romanó, una frase simbólica y rimbombante que diera el pistoletazo de salida para contaros el amor profundo que siento por mi lengua, una lengua propia que las leyes racistas de los payos gobernantes no consiguieron exterminar del todo pero que me cercenaron hasta que dejó de ser en mí lo que toda lengua ha de ser: instrumento de comunicación.

El 8 de abril, Día Mundial del Pueblo Gitano, se conmemora la inauguración en Londres, hace ya 48 años, del Primer Congreso Mundial Gitano en el cual se afirmó que el romanó es el idioma gitano, símbolo de nuestra identidad y vínculo fundamental entre nuestras comunidades.

Gracias a la vida, que me ha dado tanto, que decían Violeta Parra y Mercedes Sosa (la una la compuso y la cantó maravillosamente pero la versión de Mercedes me subyuga desde que la oí la primera vez), mi marío, Nicolás Jiménez, con el sacrificio de su juventud y su hacienda (¡Eah! hoy estoy trascendente) aprendió romanó viajando por el mundo y se ha convertido en un gran conocedor de la lengua gitana (quien quiera saber que lea su artículo ‘¿El romanó, el caló, el romanó-kaló o el gitañol? Cincuenta y tres notas sociolingüísticas en torno a los gitanos españoles’*,   hasta el punto de ser traductor de la poesía de Rajko Djuric. ¡Único poeta romanó publicado en edición bilingüe romanó-español! Sí, él ha traducido los versos de Papuśa que encabezan este artículo. Porque yo no puedo.

Me encantaría dormir a Carmen Manuela en mis brazos mientras le tarareo Paśo panǒrri de Věra Bílá (aquí puedes leer la letra y su correspondiente traducción), enseñarla a hablar romanó y que fuera como mínimo bilingüe, como son la mayor parte de las gitanas del mundo.

Me encantaría que Miguelito supiera nuestra lengua y, cuando me lo lleve a vender ropa por las calles, el niño me dijera si el jambo de la esquina ya le ha cerrado la puerta porque no le interesaba.

Me encantaría leer a Nina Alexandrovna Dudarova, a Gina Ranjicic, a Elena Lackova, a Jeanne GamonetHedina Tahirović Sijerčić, a Ilona Ferková, a Margita Reiznerová, a Růžena Danielová, a Tera Fabianová, a Frikia Fazli, a Bronisława WajsPapuśa, a Sterna Weltz-Zigler, a Jèta Dùka, a Philomena Franz, a Ceija Stojka. Todas gitanas, todas escritoras, todas en romanó.

Lamentablemente, no puede ser así. Ni siquiera sé construir una frase. Mis antepasadas perdieron el idioma para no tener que perder la vida. Ya en 1592 un Bando de la Sala de Alcaldes de Madrid prohíbe el romanó: “Y que ninguno de los que se llaman gitanos hable lengua particular sino la común y ordinaria”. Por cierto, ese mismo Bando prohíbe a las gitanas que ¡se vistan como gitanas (sic)! Y no vayáis, queridas hermanas, a pensar que era una prohibición así sin más, no, no, si pillaban a un hombre hablando romanó le podían caer hasta seis años de galeras y si pillaban a una gitana hablando nuestra querida lengua, como las mujeres no valíamos pa’l remo según aquellos gachós, la pena consistía en el destierro y 200 azotes (Pragmática de 1633). Gracias a que mis antepasadas, en un ejercicio de mayúscula resistencia, aceptaron disfrazarse de noviembre para no infundir sospechas, dejar de parecer gitanas (no vestirse como gitanas) y dejar de hablar como gitanas, gracias a ello yo estoy viva y soy gitana. Sí, mal que les pese a los racistas de entonces y a los de ahora. Soy gitana. Sufro la nostalgia, la rabia y el extraño sentimiento de añorar una lengua que no tuve, que le robaron a mi gente.

Las gitanas actuales hacemos lo que podemos para mantener algo de gitanina (la proteína que nos hace sentir vivas) en nuestro cotidiano hablar. Así, yo prefiero tener lache en lugar de vergüenza, prefiero jallar porque soy mu’ jallaora y no comer porque soy comeora, y me gusta decirle a mis primas te camelosu prima, y no veo igual lo que yo diquelo con mis sacáis que con las miradas que otros me imponen y prefiero hacer el paripé y no…¡Ah! ¡No, que no hay una palabra castellana que signifique ni tenga la misma fuerza expresiva que hacer el paripé!

Muchas de nuestras palabras han arraigado en el castellano e incluso se han introducido en ese machista y colonial Diccionario que saca la Real Academia de la Lengua, y esos gitanismos contribuyen a hacer un castellano ¡más castizo! ¡¡Vivan las contradicciones!!

Por eso prefiero mi lache, mi jayipen y mis chavorrillas. El sentimiento –el significado no es el mismo sin ese sentimiento–, es lo que nos queda: palabras romaníes sueltas mezcladas con un castellano viejo para poder seguir siendo cómplices, cómplices en resistencia. Cuatro palabras que, además, han intentado pervertir, de las que han intentado adueñarse los cientos de payos que han escrito los famosos diccionarios en caló –todos falsos, por cierto–, lingüistas, académicos y demás hombres sin alma que aprovecharon el exterminio gitano en España, en el que también prohibieron nuestra lengua (epistemicidio), e intentaron incluso enseñarnos cómo se habla nuestro propio idioma ganando dinero, poder y reconocimiento académico a costa de robárnoslo de nuestra boca.

*Artículo publicado en Anales de Historia Contemporánea, 25, 2009, pp- 149-161.

Una reflexión de Silvia Agüero Fernández

Fuente: Pikara Magazine

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