Ciencia, Racismo e Imperialismo: el rol de los discursos científicos en la legitimación de la violencia colonial. 

A pesar del poder revolucionario del quehacer científico ético y responsable, como aquel de les científiques que han contribuido grandemente a la sociedad al ser un quehacer humano, puede haber error tanto en método como interpretaciones y todo aquello que pretenda llamarse científique debe aceptarlo, pues una parte fundamental de la producción del pensamiento científico es la falsabilidad, si las teorías no pueden verificarse por medio de la experimentación repetitiva y rigurosa, no pueden formar parte del conocimiento científico. 

A menudo se han escondido intencionalidades detrás de discursos científicos para justificar las acciones de los poderosos, esto ha llevado a algunas de las tragedias más grandes de la historia, que además han quedado olvidadas debido a que el pensamiento que las causó sigue en dominancia, beneficiando a las mismas personas de siempre. Mientras permanezcamos sin cuestionar los dogmas que nos enseñan desde arriba, estaremos en peligro constante, pues estas tragedias se repiten una y otra vez en el silencio de la cotidianidad. Para evitar que esto siga sucediendo, es un deber moral reconocer a la ciencia como una institución humana, nombrada como entidad e individuo para que las personas responsables de la producción y difusión del saber y sus interpretaciones, puedan escapar de la responsabilidad que conlleva esto. Es necesario repetir que el quehacer científico es un quehacer humano y, por lo tanto, no es objetivo ni es una verdad absoluta. 

Las teorías científicas son formas de explicar el mundo a partir de datos obtenidos en la experimentación y la observación, estas involucran el razonamiento deductivo y un proceso creativo que a su vez dependerá de la subjetividad del científico según su contexto. Precisamente, el peligro viene cuando se omite este detalle que es tan fundamental y se convierte al quehacer científico en una institución incuestionable, cuando en realidad pertenece a un pequeño grupo selecto de personas y se obliga a repetir una serie de dogmas. Esto fue precisamente lo que explotaron les burgueses que reemplazaron a la nobleza precedente. 

Es de suma importancia entender que el reemplazo de la escolástica por el naturalismo, aunque revolucionario, no se dio tan sólo por un cambio en la forma de pensar el conocimiento que logró romper con el miedo, sino que fue auspiciado por personas con intereses particulares, en concreto, les negociantes hambrientes de poder cuya intención era tomar el poder preexistente dentro del sistema, no abolir el mismo. Por esta razón, tornaron el quehacer científico en una autoridad impersonal que posee la Verdad con mayúscula, aquella que representaba la iglesia previamente. Es una continuación del sistema anterior, no la destrucción del mismo, esto puede ser evidenciado por ejemplo en que el concepto de la evolución existió mucho antes de Darwin. Linneo clasificó a les seres humanes como primates al estudiar las similitudes anatómicas entre los monos y les humanes y teorizó sobre la evolución de las plantas. Lamarck también sugería que la hibridación podría generar nuevos tipos de organismos, Sin embargo, sus teorías fueron fuertemente criticadas por la Iglesia, razón por la cual sus discursos quedaron silenciados y no se reconoce su trabajo en la ciencia evolutiva que hace parte del canon. 

La sociedad en el momento en que Darwin escribe su libro “Origen de las Especies” es otra. El cuestionamiento que trajo la teoría de Darwin, quien introdujo formalmente el concepto de la selección natural, retaba el dogma creacionista de la Iglesia. Esto, más allá de ser una aportación a la producción de conocimiento, era útil para la burguesía que quería reemplazar a la iglesia como autoridad del momento. A partir de estos datos, podemos ver las intencionalidades políticas que influyen en el rechazo o la aceptación del quehacer científico. Entender esto facilitará la comprensión del rol de la Ciencia en el Imperialismo.

La institucionalización del quehacer científico como una entidad que dicta la verdad objetiva y lo que está bien o mal, permite que los poderosos puedan manipular la información a su favor y también permite que les úniques que puedan cuestionar y producir conocimiento sean de la élite, les deseades por la autoridad. En ese sentido, de la misma manera en que el quehacer científico se puede utilizar para el desarrollo de una civilización, se puede usar para el desarrollo del poder y la economía de quienes ya gozan de privilegios por medio de la explotación de otros cuerpos. Es así como usaron la fe cristiana para establecer el miedo, conquistar, robar y violar, justifican los genocidios racistas en nombre de la ciencia sin que les culpables tengan que tomar la responsabilidad. 

El concepto de evolución y selección natural se derivó de la observación y la experimentación, el estudio riguroso de la evidencia. Sin embargo, a partir de este conocimiento, se obtuvieron conclusiones que nada tienen que ver con el quehacer científico y todo que ver con la apología a la explotación y al asesinato de millones para que la clase dominante pueda mantenerse en el poder. Se desarrolla una idea de Darwinismo Social sin base alguna en la experimentación que culpabiliza a quien es pobre por su pobreza, que condena a les colonizades a la inferioridad por determinismo biológico y una mirada eurocéntrica de lo que es ser “civilizade” y que cree que el sufrimiento de las personas con discapacidades, es porque la naturaleza así lo escogió y no porque el sistema está construido para beneficiar siempre a les mismes. Y para colmo, hace de estos discursos algo incuestionable.

¿Verdaderamente podemos decir que hay una diferencia entre el miedo y los dogmas incuestionables de la escolástica y el miedo infundido por la amenaza de muerte y los inventos descarados de aquelles imperialistas que se escondían y se esconden detrás de la nueva abstracción deificada llamada ciencia? Permaneceremos pensando que hay una diferencia mientras sigamos sin cuestionar al Imperialismo que todavía gobierna nuestras mentes. 

Actualmente continuamos repitiendo discursos eugenésicos como que las mujeres pobres y negras se reproducen sin parar y deberían ser esterilizadas. Continuamos hablando de la inteligencia como algo que se manifiesta de una forma muy específica y capitalizable y continuamos despreciando a quienes según los criterios que creemos que son nuestros, pero son impuestos, no la tienen. Continuamos permitiendo que se asesinen a cientos de personas negras e indígenas porque son “salvajes” y “delincuentes” por naturaleza. Sin embargo, una revisión de la historia nos permite ver que todo esto es una ideología sin base alguna en la realidad y que se usa para mantenernos sumises. Por estos tipos de discursos vemos un mundo que constantemente está luchando por no caer en el fascismo nuevamente. Y sin darnos cuenta, nos acercamos cada vez más a todo aquello que le tememos. El dejar al pensamiento que nos domina sin cuestionar, es algo sumamente peligroso que nos cuesta vidas todos los días y se silencia detrás de una aparente normalidad. Mientras no cuestionemos los dogmas, vamos a seguir viviendo bajo la misma violencia de siempre y no sólo seremos víctimas de esa violencia, sino que seremos sus cómplices. Ya es hora de tomar responsabilidad por lo que es nuestro deber moral.

El quehacer científico es una herramienta poderosa para el mejoramiento de nuestra sociedad y también sirve para cuestionar los dogmas establecidos. Sin embargo, tenemos la obligación ética de reconocer que siempre podemos cometer errores tanto en la experimentación como en la interpretación de los datos. Si no, podemos caer en los errores del pasado, que se siguen cometiendo en el presente y pueden ser mortales. Debemos dejar de pensar en la ciencia como una persona capaz de actuar y decidir por sí misma, que es objetiva e imparcial en todo momento y solo puede ser manejada por las autoridades y comenzar a pensar en la ciencia como un quehacer humano, que, en tanto humano, tiene sus sesgos y puede estar errada.

Una reflexión de Jamaal Escarment

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