Arrimando el hombro contra la inundación de racismo

Mientras se organizan para superar la mayor catástrofe que han vivido en su vida, personas migrantes y racializadas afectadas por la dana tienen además que afrontar el racismo y la manipulación de la extrema derecha.

Karina Almirón y sus compañeras pasan la tarde del lunes acumulando testimonios y capturas de pantalla que reflejan un racismo que están viendo emerger entre el barro. Son historias de gente que necesita ayuda y no la ha recibido, personas que no han sido tratadas como otras afectadas más, sino como elementos sospechosos de los que defenderse. Mensajes que cuentan cómo familias rumanas van a buscar ayuda y les dicen que vuelvan ya mañana cuando esté la Cruz Roja, alguien que comenta que a una mujer no le quisieron dar unas botas en una iglesia por ser musulmana, gente que escucha en el llamado puente solidario comentarios irónicos sobre personas migrantes “que van muy limpias y con bolsas”, insinuando que vienen de aprovecharse de la situación, gente que da por hecho que quienes vandalizan son gitanos rumanos. Vecinos que dicen que están entrando por la noche a las casas, y que seguro que son migrantes quienes entran.

 “Hemos detectado muchos casos de racismo, así que decidimos que era bueno visibilizar esto”, explica Almirón, integrante de diversos espacios, como Jovesolides o Fuerza Migrante. Pero que está organizando esta especie de balance antirracista, mientras se suman a la respuesta solidaria tras la Dana, con diversas asociaciones migrantes que están actuando en común. Sumar indicios del racismo que se está removiendo con la catástrofe está siendo un mal trago, explica: “contarlo es duro, pues mientras no lo cuentas, es algo que vives como migrante y que de alguna forma acabas normalizando”.

No les está costando recabar información, siendo todas activistas antirracistas, la gente acude a contarles cosas que les han pasado o han presenciado, y ellas, también son testigo: “Todos esos comentarios que tú escuchas, que quizás no te los dicen a ti, pero al final los escuchas, hacen tanto daño porque al final dices ¡eh! Hemos elegido este lugar para vivir, estamos igual de damnificadas que el resto. Vivimos aquí, tenemos a nuestras familias aquí. Son nuestros barrios, nuestros amigos y amigas”. El racismo, reflexiona, te dice que no formas parte del lugar donde creías pertenecer. “Sin embargo, este es tu lugar y cuando pasa algo como lo que está pasando ahora, esto también te afecta a ti. Entonces, sentir esa mirada de desconfianza es tremendo”.

Y sin embargo, esta mirada contrasta con lo que ella y tantas pueden ver, las personas que están arrimando el hombro, como corresponde, son también personas migrantes, y lo que urge, es poder también garantizar los derechos de personas migrantes o racializadas como ellas, que tienden a ser olvidadas en la respuesta a la catástrofe.

La extrema derecha y sus periferias, por su lado, ya se han puesto a actuar, pero no precisamente para que nadie se quede afuera. A Almirón ya le removió, cuando se empezaron a armar grupos de Whatssap para responder a las necesidades de la gente y poder coordinarse, el hecho de que aparecieran mensajes con noticias que criminalizaban a las personas migrantes, o directamente bulos racistas. No pasó mucho tiempo hasta que empezaron a surgir los grupos de defensa para patrullar las calles contra los robos. Muestra varios de ellos en una captura. Se trata de la concreción en el terreno de una deriva política: “Es una cortina de humo: culpabilizan a un sector concreto de la población para desviar la atención”. Frente a esta deriva Almirón defiende las redes migrantes pero también las alianzas con todas esas redes y colectivos de la ciudad que no ponen los derechos de las personas migrantes en duda. “Ahora toca arrimar el hombro, ayudarnos y hacer lo que hay que hacer”.

A través de un contacto en la Asamblea feminista, o del colectivo Cau de Muixeranga, la activista antirracista Silvana Cabrera, muy activa en movimientos como Regularización Ya, encontró cómo empezar a ayudar tras la dana. “También me he integrado al Support mutu de la dana, que es como una red inmensa de gente trabajando para las miles de necesidades que hay: necesidades de enseres, comida, medicación, de encontrar gente, de llenar formularios para estar de voluntarias”. Desde ahí hace lo que puede intentando sumar una mirada antirracista. “Hay una reivindicación que siempre hemos hecho desde aquí, que “aquesta també es la nostra terra”, es nuestro territorio y como tal sentimos ese corazonar con esto que está sucediendo”.

A Cabrera también le preocupa cómo se está respondiendo ante las necesidades específicas de las personas migrantes. “Las inundaciones han afectado sobre todo a la zona de la periferia valenciana, donde vive muchísima gente trabajadora, muchísima gente migrante”. Aunque a día de ayer no había conseguido trasladarse hasta las zonas más tocadas, entre los colectivos preocupan especialmente las personas en situación irregular afectadas por las inundaciones, muchas que cobran su salario en B. “De momento no sabemos cómo vamos a poder gestionar esto”, confiesa, pero no falta gente que se está moviendo para afrontar estos otros desafíos. “Todos estos días han ido sobre la urgencia vital: encontrar a las personas, acceder a agua y comida, poder salir de casa, medicación. Creo que ahora irán saliendo este tipo de problemas, porque hay personas migrantes que han perdido todo”.

Con todas estas urgencias, ¿queda tiempo para ocuparse de responder a esa ultraderecha engrandecida por la catástrofe? “Esto hay que responderlo, porque lo que no se dice no existe, no se pueden omitir los discursos de la derecha, porque son peligrosos, y en un momento de tanta tragedia, son preocupantes”. Cabrera habla de paradas por perfiles raciales, como algo que esperan poder confirmar pronto.

El escenario post dana, como a tanta gente, más que para descubrir un racismo que ya estaba ahí, le está sirviendo para apreciar en toda su dimensión el “sols el poble salva al poble”, “no ha habido una respuesta inmediata de las autoridades, ha sido la gente que con las cosas que tenía y como ha podido, a través de los colectivos que ya había organizados, ha logrado llegar a los sitios, llevar suministros básicos, hacer las donaciones”.

Después de que las inundaciones dejaran el pasado martes un escenario sin precedentes, Gabriella Nuru y otras compañeras del movimiento antirracista valenciano también se preguntaron qué podían aportar y cómo. “No nos pareció buena idea ir improvisadamente, sin protección y sin conocer el terreno, así que nos decidimos a activar un punto de recogida y abastecimiento, con alimentos no perecederos, productos de higiene, de limpieza”.

Así los colectivos Uhuru Valencia (al que pertenece Nuru), casa Massapé, Mujeres Voces y Resistencias, y la organización Azahara —todos ellos integrados por personas migrantes, negras o afrodescendientes) se han asociado para recibir y canalizar suministros y donaciones, también de gente de su entorno. Como red, lo que quisieran es llegar a poblaciones a las que, consideran, que no se está llegando, “nos empezaron a llegar testimonios de barrios donde seguían sin ayuda, como El Raval en Algemesí, poblado en gran medida por personas migrantes y racializadas. Nos dijimos, queriendo o sin querer, se está perpetuando lo que en la vida ‘normal’ siempre vemos”. Poblaciones a las que se deja atrás.

Por ello la propuesta de estos colectivos es también centrarse en estas zonas donde hay más población migrante y racializada: “si bien no queremos hacer distinciones, sí que es verdad que vamos a priorizar que la gente migrante o racializada que viven en estos pueblos pueda acceder a ayuda que no está recibiendo”. Para ello se sirven de lo que les va contando la gente sobre necesidades en zonas que han quedado más fuera del alcance de la ayuda. Allí esperan poder llegar con furgonetas o coches, para repartir lo recogido.

Redes más allá de Valencia

Desde Granada, Susana Muñoz parece un centro logístico en sí misma, esta activista gitana está ayudando a poner en contacto a gente de afuera que quiere ayudar con gente de València que distribuye la ayuda. Uno de ellos es Pakito, un chatarrero pro, lo define, que está yendo de un lado para otro con su furgoneta cargada de suministros para la gente que más difícil lo está teniendo. Entre ellos muchas personas gitanas, pero no solo.  “Tiene mucho contacto con todos los vecinos, se lleva coordinando desde 2020 con los bancos de alimentos… pues ayer mandaba un audio a todos sus contactos diciendo  que la comida está en las naves y no está llegando a los barrios, que hay gente sin comer, mayores que viven solos… y que quien pueda que se acerque a los polideportivos y que ayude a repartir”, apunta Muñoz, e insiste: “este gitano, está acudiendo a las zonas donde nadie acude, las zonas más desfavorecidas, y barrios guetificados donde nadie acude, y luego te dicen en el tuiter que por algo será si no va nadie, es que es muy fuerte”.

La activista hace referencia a una respuesta a un tuit suyo en el que alertaba de la situación en una zona de chabolas en Aldaia y avisaba de la necesidad de ayuda porque nadie se estaba acercando por allí. No es la única actitud racista que la tiene, a ella y tantos otros, indignada, “En la televisión ha salido una vecina con afirmaciones desafortunadas, decía “estamos sin agua, sin medios, como en la prehistoria, como los gitanos”. Muñoz admite que las prioridades ahora son otras, pero le resulta insoportable: “mientras escuchamos estas cosas, estamos viendo que a los barrios de gitanos nadie acude. Muchos voluntarios y mucha ayuda, pero a los barrios de gitanos no llega.  Y además si vas a una nave de las que te están diciendo que vayas y te lleves lo que necesites, según tu fenotipo te van a mirar mal y te van a preguntar que de dónde vienes, de dónde eres”.

Frente a esas actitudes racistas, Muñoz reivindica que la solidaridad está siendo enorme: “No tenemos que hacer algo heroico para que desde ahí se nos dignifique y tengamos derecho a ser tratados como iguales…  pero sí que es cierto que se han movilizado todos los gitanos que hay de punta a punta de España”, y habla de gente en Bilbao, Catalunya, las iglesias evangélicas de todo el Estado, Madrid, Jerez… mandando ayuda y apoyando como puede: “Un montón de gitanos que se están movilizando, uno pone la furgoneta, buscan ayuda, piensan dónde hay que ir, y allí que van. Y cuando nosotros llegamos no miramos a quién atendemos, si es blanco, negro, rubio o qué. Pero sí que es cierto que como vemos que los nuestros están peor, intentamos ir a esas  zonas, que además geográficamente son de difícil acceso”. 

Muñoz comenta que estos días hablaba con un compañero, y compartían que estaban muy contentos de cómo se estaban organizando las redes entre gente gitana de muchas partes del estado, pero también, que imaginaban que pronto empezarían a surgir los comentarios racistas. Incluye uno más: el de un hombre que dice en un reel que hasta los gitanos están ayudando más que los políticos. “¿Perdona? los gitanos ayudan porque son vecinas y vecinos de Valencia y están sufriendo esta catástrofe como vecinos de Valencia y están intentando sobrevivir como todo el mundo”.

Susana cuenta que Aurora, la activista que alertó sobre las chabolas de Aldaia les ha pedido que no le llamen al teléfono si no es para mandar ayuda. Que están hasta arriba de fango organizándolo todo, y que ya no queda gente en las chabolas, pues el agua había arrasado con ellas y los han ido llevando a un lugar seguro.

Y es que las infraviviendas, los asentamientos situados en la intemperie, son los primeros lugares que se llenan de barro con las lluvias y eso lo saben bien en Huelva, donde el pasado viernes tuvieron que vérselas con el temporal. En la Asociación de Mujeres Migrantes  en Acción (AMIA) el viernes estuvieron llamando a todos los asentamientos de la zona para saber qué necesitaban: “no nos ha contactado nadie ni nadie se ha interesado”, les dijeron, con el agua corriendo por el suelo de las chabolas, algunas caídas, sin comida. El asentamiento que peor estaba era el de Lucena, cuenta Fátima Ezzohayry, integrante de AMIA. “Estaban todos mojados con un montón de agua sobre los plásticos. Pasaron la noche con mucho miedo, con todo el viento, a que se pudiera caer un árbol sobre las chabolas”.

El sábado los encontraron llenos de barro y sin dormir, les llevaron mantas, sábanas, agua comida. Ayuda similar a la que están mandando a Valencia desde la asosiación, “Desde aquí sufrimos con lo que está pasando ahí, con lo que está pasando en Aldaia”, explica Ezzohayry. Saben bien lo que significa que llegue la lluvia y se lo lleve todo, pero también cómo organizarse para llegar ahí donde las autoridades se niegan a llegar.

Un artículo de Sarah Babiker para El Salto Diario

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