Separaron a las tribus de África, separaron a lxs africanxs de su tierra enraizada, quebrantaron la cultura, cortaron las lenguas nativas, y cuando estuvieron regadxs en América, separaron a las mujeres africanas de sus hijxs recién nacidxs, que apenas y pudieron probar un sorbo de la leche que emanaba de sus senos, del calostro que aparece en el pico de la recién parida como la primera gota virgen que está a punto de reventar porque se sabe, que ya ha dado a luz, y entonces: ¿qué pasó?
Hoy los libros lo llaman lactancia materna forzada en la esclavitud, hoy las páginas web hablan de amas de leche, nodrizas, usando la palabra esclava, hoy lxs académicxs dicen oficio de lactancia remunerado, pero yo, que leo las letras, miro las fotografías de una mujer africana que le da de mamar a una niña blanca y a un niño blanco con una tristeza profunda, me preguntó: ¿Qué nombre puede llevar esta imagen? ¿Qué título puedo pensar de un “oficio”, de una “lactancia” llena de demasiado dolor e injusticia? Porque se debió sentir así, como lo relata el poema de Hess Love:
“Ojalá me secara
Ojalá cada gota de mi leche se deslizara por esos labios rosados y nutriera el suelo
Donde yacen los huesos
de mis bebes
Muerto de hambre mientras alimento a su asesino
desearía secarme
Entonces los bebés de la señora también se secarían
y ser frágil
Así podría desmenuzarlos hasta convertirlos en polvo
Devuélvelos al suelo
Donde todos los hijos de mi seno yacían iguales”
¿Cómo amamantar a un niño blanco recién nacido? ¿Cómo llevarle tu seno negro a la boca rosada con ternura? Si tu bebé negrx llora desesperado en un lugar que desconoces, si tu bebé negrx fue secuestradx y asesinadx por la mujer blanca o el hombre blanco que dio la orden. Que decidió arbitrariamente quién debía morir o vivir por el color de su piel, quién debía ser amamantado dependiendo el color del brillo en sus ojos.
¿Cómo hicieron para continuar con esa carga inmensa? Y cantarle arrullos al niño blanco lleno de vida, cómo hicieron para dormirlo sin que sintiera su llanto, y al día siguiente, después de regalarles la leche, servir de sirvientas a los buenxs amxs, cómo hicieron para ver crecer a esa niña, sin que imaginarán el crecimiento y la edad de lxs suyxs que ya no estaban, ¿cómo hicieron para no recordar los lunares, las miradas inocentes, las manitas que apenas empezaban a estirarse, y cómo hicieron después?
Cuando las mujeres africanas recién paridas comenzaron hacer las más solicitadas y vendidas a cualquier familia española en la que una mujer blanca había dado a luz, ¿Qué pasaría con la niña de la mujer africana?
Si los carteles que anunciaban su ansiada búsqueda se encontraban escritos en cualquier pared de una calle recurrente, si el señor de la esquina gritaba: “se necesita una negra recién parida”, si el hombre blanco, padre del niño blanco recién nacido, conocía el hombre que las vendía, si la mujer blanca estaba definitivamente decidida a no darle de mamar a su propix hijx, ¿Cómo hicieron? Si, el cartel era muy claro y explícito:
Como llamarle a esto, un oficio de lactancia remunerado, si aquí las mujeres africanas no lo hacían en libertad, si al final el hombre blanco entregaba las monedas, y el otro las recibía con gracia, y colgaba entonces, otro cartel más, otro precio más, y el grito de: se vende una negra recién parida” se hacía cada vez más fuerte.
¿Cuándo decidieron que las mujeres africanas debían por obligación amamantar a sus hjixs blancxs, alimentarlxs con su leche tibia? ¿Cuándo pensaron que además de cantarles canciones, de bañarlxs y de cuidarlxs, podían también dedicarse a los oficios de la casa? Y al mismo tiempo, seguir pensando que estas mujeres eran “brutas”, “sucias”, “creadas por el diablo” si los senos de su pecho, sus manos y su voz era quien le daban aliento a sus propixs hijxs blancxs recién nacidxs.
¿Dónde está la cordura de esa superioridad? ¿Dónde está el racionamiento de esos seres creados por un dios limpio y angelical, civilizado? Que era simbolizado, en la cruz de cristo que llevaban enterrada a sus conquistas y expediciones sangrientas, que arrasaban, en aquellas tierras, todo lo que no fuera blanco.
Que pensar, al final, si a las mujeres africanas no se les permitió criar ni tener a sus hijxs, que pensar si las mujeres blancas no querían amamantar ni cuidar a lxs suyxs. Miro la foto a blanco y negro de nuevo, veo los ojos redondos y triste de una mujer africana que carga a un niño blanco, inocente, en sus brazos, y se siente como un soplo algo en mí, que me hace decir hacia mis adentros: Yemayá, seca sus lágrimas negras, y abrázalas, que yo no puedo hacerlo ahora.
Un texto de Betty Zambrano Zabaleta