“A pesar de la diversidad de vidas, cuando llegan a España, son agrupadas como ‘migrantes’. En tu situación, siempre serás ‘migrante’. Un término que encasilla, clasifica, homogeneiza y normaliza la discriminación”, sostiene el informe ‘Invisibilizadas’ creado por distintas organizaciones.
“Salí de mi país sola. Las condiciones de vida de ahí se convirtieron en insoportables. Soy de familia musulmana, entonces según sus creencias te obligan a casarte. A mí me obligaron a casarme con un amigo de mi padre y eso es lo que hizo que me fuera de ahí. Tuve con él mis dos hijas pero él es como mi padre y ya tenía otras mujeres, yo era su cuarta mujer. Y las condiciones de vida no me gustaban. En mi hogar me maltrataban, en mi familia me maltrataban porque mi padre no quería que me fuera del país. Es como si le hubiera deshonrado por no hacer lo que él quiere. Y esto me fatigaba. Un día le dije a mi madre: si un día no me ves, o bien estoy muerta, o bien me he escapado”. Es el testimonio de una mujer de Costa de Marfil de 30 años que ha conseguido migrar a España. No quiere decir su nombre ni dar más datos, pero ha aceptado participar en el informe ‘Invisibilizadas’ Mujeres migrantes en el cruce de fronteras’ publicado por Mujeres en Marcha, un programa creado por distintas organizaciones para estudiar el fenómeno de la mujer migrante.
El documento, presentado recientemente en Bilbao, trata de poner contexto a la realidad de las mujeres que migran en Centroamérica y en la Frontera Sur hispanomarroquí. A través de los testimonios de las mujeres que han pasado por ello, busca visibilizar la vulneración de derechos fundamentales y la perpetuación de violencias a las que se enfrentan las mujeres migrantes a lo largo de todo el proceso migratorio desde su país de origen, durante el tránsito, en las fronteras y en el lugar de destino. Porque una vez que llegan al lugar en el que creían que iban a encontrar una vida mejor, las vulneraciones siguen. “Ser mujer migrante en España significa doble esfuerzo, cortas horas de sueño, muchas responsabilidades, mucho sufrimiento también, soledad, y también toca guardar silencio en algunas ocasiones. Aunque tengas tu propia opinión, mientras se es migrante, muy poca voz” explica Olga Mejía, que llegó a España desde Honduras.
Según relata Mejía, los trabajos a los que ha podido acceder siendo una mujer migrante no le han permitido conciliar la vida laboral con la familiar. “En el trabajo de cuidados y limpieza hay contratos que dicen que trabajas ocho horas, pero realmente no estás trabajando ocho, trabajas muchas más. Pero eso es lo que hay. Al final la necesidad te obliga a aceptar los trabajos en esas condiciones. Ahora que estoy con mis hijos acá, estoy trabajando de manera regular, pero sigo teniendo dos trabajos, los fines de semana como interna y de lunes a viernes ochos horas. Me veo en esto, no hay vida familiar. La vida familiar es un poco dura conciliarla”, detalla en el informe.
“No importa si es solicitante de asilo o su situación administrativa, siempre será ‘migrante’. Un término que encasilla, clasifica, homogeneiza y normaliza la discriminación.”
“Las páginas escritas, las voces recogidas, las historias narradas, evidencian que hay tantos procesos migratorios como mujeres. Es cierto que algunas dinámicas son compartidas; el hecho de salir de un país, los peligros, los miedos, las violencias. También las victorias, los vínculos, los destellos de esperanza. Cada una de las fases que constituyen los procesos migratorios son secuenciales y están interrelacionados y por ello, todas las vivencias repercuten en las mujeres que las experimentan. Sin embargo, a pesar de la diversidad de vidas, cuando llegan a España son agrupadas como ‘migrantes’. No importa si es solicitante de asilo o su situación administrativa, siempre será ‘migrante’. Un término que encasilla, clasifica, homogeneiza y normaliza la discriminación, ejercida por un país y una sociedad machista y racista”, sostiene el documento elaborado por las organizaciones Alboan, Entreculturas, el Servicio Jesuita a Migrantes de España (SJM), Fundación Ignacio Ellacuría y Loiola Etxea.
Marie Lucía Monsheneke es una de las mujeres entrevistadas que vive en Bilbao. En su caso, migró desde la República Democrática del Congo. “Al llegar a aquí (Bilbao), hay bastantes espacios de acogida o de recepción, pero hay que conocerlos para ir tejiendo redes y fortaleciéndonos unas con otras. Porque las mujeres estamos empoderadas ¡Somos mujeres empoderadas! Pero faltan espacios para empujarnos entre nosotras… Creamos estas sinergias para caminar juntas y apoyarnos”, detalla. Para ella, ser una mujer migrante implica una lucha a la que tiene que enfrentarse cada día. “Es pura supervivencia y es estar con una resiliencia de ir afrontando cada día. Nuestro trabajo es conseguir la deconstrucción del imaginario que se tiene sobre las personas migrantes, con todos los rumores, los estereotipos que conlleva la migración en sí. Hay que estar constantemente demostrando y luchando”, lamenta.
Uno de los factores que impiden que las personas migrantes logren integrarse en las sociedades a las que llegan, según destaca la trabajadora social y ex-parlamentaria vasca Tinixara Guanche, es la propia Ley de Extranjería. “La LOEX perpetúa la vulnerabilidad, causa barreras, obstáculos insalvables. En general, los procesos de inclusión de las personas migrantes, principalmente, y refugiadas, en menor grado, son yincanas de obstáculos porque las legislaciones que tienen que ver con la pobreza y con las personas en situación de irregularidad y especialmente con las migrantes, son profundamente crueles y están pensadas para que la gente no se cuele, no para protegerlas”, explica.
Incluso de forma regular, cuando tratan de buscar trabajo, son violentadas, como es el caso de Marlene Valdés, llegada a España desde Perú. “Como cualquier chica, puse mi anuncio en Milanuncios y solo recibí propuestas obscenas. Me daban ganas de llorar porque se aprovechan. Nosotras tenemos necesidad de trabajar, no deberían hacernos esas cosas. ¿Por qué nos está pasando esto? No era sólo yo, muchas chicas pasan por lo mismo”, critica.
“Al llegar, la violencia continúa a través de un proceso de desvalorización de la persona, que sufre múltiples discriminaciones por su origen, género, clase social, religión o color de piel.”
Claudia Favela es una de esas mujeres migrantes que llegó hace años a Euskadi y ahora se dedica desde la Fundación Ellacuría a ayudar a las mujeres que al igual que ella, llegan en busca de una vida mejor o mejores oportunidades. “Parte de lo que eres y de tus capacidades se van quedando en el fondo de tu mochila vital. Al llegar, la violencia continúa a través de un proceso de desvalorización de la persona, que sufre múltiples discriminaciones por su origen, género, clase social, religión o raza. Por eso, en la fase de llegada, la acogida resulta fundamental. En el caso específico de las mujeres, generamos y acompañamos espacios de encuentro y apoyo mutuo en el que mujeres diversas pueden sentirse en su casa, romper su aislamiento y tejer redes”, sostiene.
Entre los objetivos de este informe, según ha destacado durante su presentación una de sus autoras, Sara Diego, experta del área de incidencia política de Alboan, es “hacer visibles las violencias hasta ahora invisibles”. ”Las violencias basadas en género contra las mujeres son una característica compartida por todos los contextos migratorios. Violencias que no se visibilizan sino que se silencian y, por lo tanto, no se atienden y se perpetúan en el tiempo“, explica.
Por último, otra de las conclusiones que destaca el informe es el incremento de los conflictos armados como origen del aumento en los desplazamientos forzados de la población. “La superposición de estas crisis impacta de manera específica en las mujeres, generando retos concretos para la feminización de la migración forzada”, concluye.
Fuente: Maialein Ferreira para elDiario.es