Migrar siempre ha sido algo propio de lo humano. Incluso, algunos antropólogos y científicos sociales identifican la salida de África oriental y meridional por parte de los primeros humanos modernos, como la primera migración humana. Sin embargo, desde esa fecha hasta nuestros días las sociedades han mutado significativamente, por lo que hablar de migración en la actualidad aborda problemáticas que van más allá del cambio de residencia, y que están entrelazadas y vinculadas con categorías sociales como lo son la raza, la clase y la nacionalidad.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) define a la migración como un cambio de residencia, que involucra un traslado y el cruce de algún límite geográfico o político. En este sentido, es posible hablar de migración interna, cuando los límites territoriales que se atraviesan son del mismo país, o de migración internacional, si el cambio de residencia implica el paso de una frontera. Siendo así, nuestro interés para este caso radica en este último tipo de migración, pues la consolidación de ciertas identidades raciales como identidades nacionales, es lo que da lugar tanto a procesos de extranjerización con personas nativas que se salen del fenotipo que ha sido cristalizado en la identidad nacional, como a la creación de políticas institucionales específicas que se focalizan en estimular cierto tipo de migración o por el contrario, en restringirla.
Del mismo modo, y comprendiendo la complejidad y diversidad de las experiencias migratorias, es válido preguntarnos por el rol de la categoría “migrante” en el marco de un análisis interseccional. Pues, tal como sugiere la politóloga y especialista en estudios de género afroestadounidense, Ange-Marie Hancock, si bien todos los problemas y procesos políticos complejos involucran más de una categoría de diferencia, cada categoría es diversa internamente y debe ser independiente de las otras. En otras palabras, para que la migración constituya una categoría de diferencia en un análisis interseccional, debe ser autosuficiente y no depender de otras categorías (como la raza, la clase y la nacionalidad) para determinar si es una condición que efectivamente compromete una posición de opresión.
Así, pretendo evidenciar cómo la migración en nuestros tiempos, y en este sentido los procesos de regularización migratoria, son en realidad dependientes de otras categorías sociales, puntualmente la raza y la nacionalidad. Pues, la formación de identidades nacionales, tanto en términos culturales, lingüísticos y sociales, se ve supeditada a la fijación de una identidad racial particular.
Los ejemplos más cercanos e inmediatos acerca de cómo las identidades nacionales están necesariamente ligadas a una clasificación racial, ocurren en nuestra propia región. América Latina y el Caribe pueden definirse como uno de los territorios con mayor diversidad étnico-racial, producto del colonialismo y el secuestro masivo de personas africanas para ser esclavizadas, pero aun así, a excepciones de países como Bolivia y Haití, la construcción de la identidad nacional está estrechamente arraigada con la blanquitud, (como es el caso de Argentina) o con los procesos de blanqueamiento racial dando lugar a un nuevo sujeto que encarne la identidad nacional, que debido a su ambigüedad racial no puede ser identificado como indígena o como negro (tal como ocurre en Colombia y México donde emerge fuertemente la categoría de “mestizo”). En este punto, cabe recalcar que muchos de los elementos y prácticas que configuran la identidad nacional, tienen en realidad un origen africano o indígena, que en la búsqueda por ocultar y negar esa genealogía, son cooptados y presentados como parte de la cultura nacional.
Bajo este panorama es necesario insistir en el papel de la migración frente a la construcción de las identidades nacionales, ya que lo que diferencia los derechos de una persona migrante frente a una persona nacional, si bien está mediado por su condición de extranjería, lo está también por las normas y políticas migratorias vigentes que dependen exclusivamente de su lugar de procedencia, es decir, su nacionalidad. Dicho de otro modo, aquello que se disputa en las leyes migratorias es qué cuerpos pueden alcanzar un estatus de ciudadanía, incluso siendo extranjeros, y cuáles otros en cambio, están condenados a la no regularización.
Precisamente, el que estas políticas estén ligadas a la nacionalidad, y no a la raza, es una forma de ocultar el que las leyes migratorias más que reproducir prácticas xenófobas, cuentan con una enorme carga racial, que es solapada justamente bajo la idea de que no se admiten personas de determinados países, olvidando que hay imaginarios sociales, y raciales, sobre quienes son nativos de estos territorios. Si bien los ejemplos más explícitos remiten a las leyes de regularización migratoria en Europa, ampliamente en desacuerdo con recibir personas de países africanos o de Medio Oriente, situaciones similares ocurren en América Latina y el Caribe, que en la búsqueda por sostener una identidad nacional blanca o blanqueada, han impulsado o restringido a lo largo de su historia la migración de personas de determinados países y orígenes.
En este sentido pueden ocurrir dos situaciones: se generan políticas migratorias que estimulen y fomenten la migración de personas de determinados países, tal como es el caso de Argentina donde el art. 25 de la constitución nacional manifiesta que se fomentará puntualmente la migración europea, o se restringen y dificultan los trámites de regularización migratoria acorde a la nacionalidad, siendo uno de los ejemplos más explícitos y atroces el de República Dominicana, donde la reforma de su constitución en el 2010 estableció que las personas nacidas en territorio dominicano, que fueran hijas de migrantes en situación irregular, no podrían acceder a la nacionalidad dominicana.
Esto se acentuó el 23 de septiembre de 2013 con una sentencia del Tribunal Constitucional, donde se interpretó que esta reforma incluiría a personas nacidas entre 1929 y 2010, es decir, miles de personas que nacieron antes de la formulación de la ley. Al parecer, ambos casos estarían orientados desde la nacionalidad, ya sea para regular o restringir la migración, pero si hacemos un análisis más minucioso encontraremos que el verdadero motor detrás de estas políticas estatales es puramente racial.
Respecto a Argentina, mencionar expresa y exclusivamente la migración europea no es casual, pues esta medida está empalmada con las políticas de blanqueamiento racial, que no contestas con borrar y esconder cualquier huella afro e indígena de la población, mediante prácticas de exterminio y ocultamiento, concentra sus objetivos en atraer una enorme masa de migrantes europeos para blanquear y conformar la identidad nacional.
Mientras que la situación en República Dominicana es todavía más oculta, pues aunque las reformas constitucionales aluden textualmente contra las personas migrantes irregulares, y su descendencia, esta decisión atentó directamente contra el derecho a la nacionalidad de miles de personas dominicanas descendientes de haitianas, quienes componen el grueso más importante de personas migrantes en el país y además han sufrido múltiples persecuciones y prácticas discriminatorias a lo largo de la historia en República Dominicana, siendo una de las más conocidas “La masacre del perejil”, la cual sucedió en la dictadura de Trujillo en 1937 y pretendió la exterminación masiva de la población haitiana que residía en la isla.
Así, en ambos casos parece que no hay ningún componente racial que motive o excluya la migración, pues aparentemente estas políticas están mediadas por la nacionalidad o la condición de extranjería. Sin embargo, ni la promoción de una migración específica y excepcional hacia las personas europeas, ni la ausencia de garantías para regularizar a las personas migrantes en República Dominicana (sabiendo que la mayoría de ellas son de nacionalidad haitiana, y por ende son personas negras) son hechos que ignoren lo racial. Al contrario, obviar las características raciales de las personas basándose en su nacionalidad para producir políticas migratorias, es un acto profundamente racista.
Entonces, ¿podemos pensar la migración como una categoría de diferencia a la hora de hacer un análisis interseccional?
Para que esto fuera plausible, ser una persona migrante (independientemente del origen étnico-racial o la nacionalidad) debería significar una experiencia desde la opresión, mientras que ser nacional de un país implicaría, frente a una persona que no lo es, una experiencia desde el privilegio.
Precisamente, situaciones como la extranjerización permanente de personas negras en Argentina, incluso sin ser migrantes, o el anti-haitianismo hacia personas dominicanas que simplemente son de tez más oscura, son prácticas que evidencian que previo a la nacionalidad hay una lectura racial, que condiciona y limita el estatus de pertenencia dentro de un país. Asumir que las personas migrantes son aquellas que no son blancas, o aquellas que tienen mayor cantidad de melanina, supone un prejuicio racial que además se sustenta bajo la xenofobia, pues admite al otro como un extranjero al no identificar su fenotipo, como características propias de la identidad nacional.
En conclusión, hablar de migración a la fecha involucra comprender un entramado mucho más complejo sobre el papel de la raza en la constitución de nuestros órdenes sociales y en la configuración de nuestros estados-nacionales, especialmente en contextos como América Latina y el Caribe, que han sido construidos bajo las lógicas y prácticas de la colonización y por ende, del racismo. Pensar la migración como una categoría autosuficiente y neutral, desconociendo el rol de la nacionalidad de quien migra, y el lugar de la raza en los imaginarios sociales sobre la pertenencia nacional, es equiparar la experiencia y las barreras migratorias que puede experimentar una persona racializada y del Sur Global, con las de una persona blanca del Norte Global, o que aún sin haber nacido en el Norte y debido a su descendencia, cuenta con un documento que le permite ostentar alguna de estas ciudadanías. Así, migrar representa en todos los casos un proceso de desarraigo y de adaptación y sin duda, un camino altamente burocrático, pero las políticas y leyes que establecen la accesibilidad de estos procesos de regularización, tienen un profundo sesgo racial que no puede ser descartado.
Una reflexión de Alejandra Pretel
Referencias bibliográficas
Caribe, C. E. P. A. L. y. E. (s. f.). Migración.
Nash, J. C. (2016). Ange-Marie Hancock, Intersectionality: An Intellectual History, New York : Oxford University Press, 2016, ISBN 0199370370. Hypatia Reviews Online, 2016.
Congreso de la Nación Argentina. (s. f.).
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Raza, Racismo e Identidad. Los postulados del racismo doctrinario en el debate actual – Quince Duncan en Identidades políticas en tiempos de afrodescendencia (pag.207-245)
“Negros” y “Blancos” en Buenos Aires: Repensando nuestras categorías raciales – Alejandro Frigerio (2006)
Los negros y negras en la Argentina: entre la barbarie, la exotización, la invisibilización y el racismo de Estado. Autora: Anny Ocoró Loango (2010)