El mercado de la trata de personas con fines de explotación sexual y laboral en la República de Guinea Ecuatorial estratifica a las mujeres y niñas en cuatro categorías fundamentales: las Ansu Fati; las mayonesas; las maduras, que también se llaman Ansu Mami o Sugar Mami, y las cansadas.
Ansu Fati es un jugador del Fútbol Club Barcelona que se hizo famoso por su habilidad en el juego y gracias a su incorporación al equipo a una edad muy temprana. En Guinea Ecuatorial se llama así a las niñas cuyas edades oscilan entre los trece y diecinueve años; que son un atractivo sexual y mitológico para hombres mayores con mucho dinero y poder político; y que son buscadas con fines sexuales por estos. Los nombres asignados a las protagonistas son singulares: pequeñas, ebuma o fruta rica, fresquita, bi chí be ñía boro/comida de mayores, mi niña, etc.
El acceso a las niñas está garantizado y normalizado por las tradiciones étnicas, y de facto, por los poderes públicos, incumpliendo las obligaciones asumidas por el Estado en dos acuerdos ratificados: la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, y la Carta Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos con relación a los Derechos de las Mujeres en África.
Las mayonesas, al contrario que las Ansu Fati, son adolescentes y/o mujeres que conservan cierto atractivo sexual para los hombres a pesar de haber sido madres varias veces y en circunstancias no adaptadas a las normas internacionales en materia de salud sexual y reproductiva. Sus edades se registran entre los diecinueve, veinte años, a veces veinticinco, hasta los treinta y/o treinta y dos años.
La utilidad de este grupo de mujeres en el mercado de la trata de personas consiste en trabajar para los varones con dinero y poder político, cuyos nombres institucionalizados están en inglés —Sugar Dadi, Ansu Papi—, y en español —mi mayor, mi maduro—. Atraen a las Ansu Fati —heterosexuales y homosexuales—y canalizan su captación, traslado y transporte hasta el cliente.
En ausencia de las Ansu Fati, las mayonesas hacen sus veces como última opción para la clientela en el mercado de la trata.
El último grupo de mujeres se divide en dos. En primer lugar, se sitúan las maduras, que también se llaman Ansu Mama y Sugar Mami, un grupo diverso. Son mujeres adultas (sostienen determinadas fuentes) cuyas edades están entre los treinta, treinta y cinco, a sesenta años, con o sin atractivo físico-sexual, pero con suficiente dinero para poder vivir en medio de la abundancia económica.
Son mujeres que, casadas o no, atraen a jovencitos y a cambio de dinero, mantienen relaciones sexuales con ellos. A estos muchachos la sociedad les atribuye nombres, a veces denigrantes, a veces de orgullo, como chochó boys, pequeños, y piter/pequeños de las maduras, etc.
En la práctica (explican otras fuentes) son jovencitos que carecen de becas de estudio, proceden de familias humildes residentes en las periferias de las ciudades de Bata y Malabo, malviven con familiares lejanos, y/o custodian a alguna de las esposas de algún pariente masculino para que no mantengan relaciones sentimentales con otros varones.
La tarea de describir a las mujeres maduras precisa de mucha concisión debido a la diversidad que les caracteriza. “Representan —señala un grupo de trabajadoras sexuales— la independencia económica y sobre todo sexual de las mujeres. Están empoderadas. Y lejos de definirse, ellas, como pederastas, se han apropiado del término maduras, que actualmente, identifica también a mujeres que trabajan dinero, sufragan gastos propios y si quieren, costean las necesidades económicas de los hombres con los que deciden mantener relaciones sentimentales a corto y/o largo plazo.
Por lo tanto, entienden por maduras a cualquier mujer que, a partir de los diecinueve años, decide a quién amar y con quién acostarse, independientemente de la edad, por lo que los hombres que están en pareja con ellas, pueden ser mayores o menores, pero ellas no son dependientes, emocional ni económicamente de ellos.
Las mujeres maduras, insisten, buscan placer en los hombres y los han categorizado. Cuando el jovencito alcanza los veinticinco años, adquiere el nombre yogurín, chochó boys, pequeño de las maduras, etc. Los nombres están relacionados con la juventud y la guapura del varón, y desde luego, de su capacidad de ofrecer placer sexual y acompañamiento sin prejuicios”.
Los nombres de los varones, menores y mayores, cambian, cuando se marchan a vivir con las maduras. El entorno, a partir de entonces, les distingue como embajadores, por dos razones. Son varones que han perdido el privilegio de proveer de recursos a las mujeres y ostentar el estatus de jefes de familia, por lo que dejan de ser hombres a partir de la definición de la masculinidad establecida por el patriarcado.
Y, es más, son las mujeres y a veces, los parientes masculinos de estas, los encargados de tomar decisiones trascendentales en las vidas de ellos, es el caso de echarlos de casa o mantenerlos en ella, lo mismo que le ocurre a un embajador que, cuando se viene de destino a un país, su aceptación depende del estado de destino y del comportamiento que se espera de él. Además, el gobierno de origen lo puede cambiar de destino cuando se produzca alguna necesidad.
Somos parte del Mundo recoge en su último informe un aspecto trascendental sobre esta problemática: las maduras y la diversidad que les caracteriza. Y es que “Las adolescentes no encuentran en las maduras nada malo, incluso se ha compuesto para ellas una canción aduladora, titulada «Madura de nsuit». Consideran que estas mujeres viven con libertad, están empoderadas y con ellas lo tienen todo free o libre: crédito para recargar el teléfono móvil free, ropa free, comida free, coches free, buen sexo free, etc.
Una mayoría tiene la vida realizada —casa construida, descendencia reproducida, recursos económicos producidos, viajan cuando quieren, no se encuentran a gusto en los matrimonios por lo que un buen grupo está divorciado—. El atractivo en ellas no solo consiste en lo que aportan económicamente. En las relaciones sexuales apenas se inhiben, ni piden dinero, en cambio, lo ofrecen, y no se comprometen con nadie.
Las maduras son mujeres que en el matrimonio o en las relaciones sentimentales con hombres adultos tropiezan con limitaciones. Es el caso de las prácticas sexuales placenteras para las mujeres que se niegan a realizar por desconocimiento del cuerpo femenino, por vergüenza, o debido a la persistencia de mitos sobre sexualidad femenina.”
Las cansadas ocupan el último eslabón en el mercado de la prostitución después de las maduras. Son mujeres cuyas vidas se relacionan con la maternidad abundante, la fealdad, la falta de recursos para disponer de los chochó boys, los Ansu Fati y de los embajadores. Han superado los treinta años. Se dedican a profesiones que representan la feminización de la pobreza. Su labor consiste en exponer a las hijas y familiares femeninas atractivas para el disfrute de los varones de clase alta a cambio de dinero.
En todo caso, las relaciones de conveniencia entre amantes y cónyuges descritas, están rodeadas de conflictos debido a los celos, las necesidades de control, las violencias, los sentimientos que surgen y no son correspondidos, y la sordera de unas tradiciones que no se adaptan a la modernidad y liberan no solo las mentes, también los cuerpos.
El panorama descrito se desarrolla en un Estado que castiga por norma la prostitución en todas sus manifestaciones. Está vigente la Ley de Vagos y Maleantes de 1954, que, en su artículo segundo, prohíbe el proxenetismo, una práctica que consiste en obtener beneficios económicos de la prostitución a costa de otra persona.
Las personas proxenetas representan la parte más implicada en el delito de trata de personas. Guinea Ecuatorial ha ratificado el Protocolo de Parlemo y ha aprobado la Ley Sobre el Tráfico Ilícito de Migrantes y la Trata de Personas. Además, el Estado dispone de la herramienta Plan Nacional de Acción para la Prevención y Lucha contra la Trata de personas (2019-2021).
Las mujeres VIP
La sigla VIP estructurada en la lengua anglófona, significa persona importante por su posición social o económica. En la Encuesta sobre Trata de Personas con fines de Explotación Sexual y Laboral en la República de Guinea Ecuatorial: el caso de las Minorías Sexuales, cuyo informe se publicó en mayo de este año, las 305 personas encuestadas, todas LGTBIQ+, conectan las etapas de la trata con fines de explotación sexual y laboral que sufren—captación, traslado, transporte, etc.—con las mujeres heterosexuales que se dedican al trabajo sexual.
Las personas LGTBIQ+ huyen de las familias —de nacimiento y de acogida—cuando los problemas se agravan. El siguiente estamento de explotación son las y los tratantes que en nombre del amor aparecen en sus vidas, y tanto, que el 57% de las personas encuestadas reconoce vivir en pareja.
A la pregunta de cómo se conocieron los cónyuges, cerca del 90% señaló las siguientes respuestas: «Me la presentaron amistades heterosexuales VIP», «me la presentaron amigas heterosexuales Ansu Fati». Solo un 8% indica que las amigas heterosexuales mayonesas y maduras les presentaron a sus compañeros/as sentimentales.
La trata de personas con fines de explotación sexual y laboral que afecta a las minorías sexuales está asentada en la trata de personas con fines de explotación sexual y laboral que sufren las mujeres y niñas heterosexuales. Los beneficiarios primarios de este gran negocio, la trata, no son las mujeres y las personas homosexuales, que son el producto traficado, son los varones.
Así, “la condición de «persona importante por su posición social o económica» que las minorías sexuales les atribuyen a las mujeres heterosexuales, sus captoras, se debe a su cercanía con los hombres enriquecidos gracias a la prostitución femenina —heterosexual y LGTBIQ+.”, señala la mayoría de las personas encuestadas.
La cultura de la prostitución femenina está arraigada en todas las tradiciones étnicas de Guinea Ecuatorial, así como la trata de personas, dos modelos de esclavitud citados con eufemismos y en nombre de unas tradiciones ancestrales romantizadas. De hecho, todas las personas relacionadas con las mujeres —los hombres gais y mujeres transgénero— se asimilan a esta realidad como única opción de supervivencia.
Las Ansu Fati son las reinas del mercado sexual, y si son mestizas —en Guinea Ecuatorial las llaman mulatas, un término de origen racista—, mejor. Constituyen el gremio más demandado, revelan los resultados de la encuesta, hasta que cumplen los diecinueve años y caen en desgracia: transitan a la condición de mayonesas.
Entre los doce y los dieciocho años no solo financian sus estudios gracias a las relaciones sentimentales que establecen con los Sugar Dadi y Ansu Papi, también mantienen a sus familias por imperativo tradicional gracias a los recursos que consiguen de la trata de personas. Las conocen en el país por su capacidad de ofrecer servicios sexuales satisfactorios a hombres de avanzada edad, a la velocidad de Ansu Fati con el balón en el Fútbol Club Barcelona.
Las Ansu Fati heterosexuales son amigas de las Ansu Fati transgénero, y desde el colegio les une la protección. Las familias recurren a las directivas de los colegios para solicitar ayuda en la curación de la homosexualidad de sus descendientes, manifestada en el acoso homofóbico tolerado, los castigos físicos, las violaciones sexuales en los baños de parte de compañeros heterosexuales, y las humillaciones a menores LGTBIQ+.
El colegio es a la vez espacio de captación de las minorías sexuales, un trabajo que realiza el profesorado gay que no solo mantiene relaciones sexuales a cambio de notas y dinero con las menores transgénero, también comparte información con otros colegas sobre la presencia de niñas transgénero y gais, y canaliza el acceso a la víctima a través de niñas heterosexuales, quienes cobran por su discreción y trabajo.
Las niñas heterosexuales y transgénero se educan en la prostitución gracias a las familias, el entorno, etc. Y desde el colegio, en la adolescencia precoz, reciben ofertas sexuales a cambio de notas, dinero, protección del acoso escolar, de parte de un profesorado destinado a educar. Las niñas aprender a explotarse mutuamente. Comparten clientela. Comparten protección. Comparten conocimiento: el cuerpo es dinero y habría que aprovechar el tiempo antes de transitar a la condición de mayonesas, y luego, cansadas.
Las Ansu Fati heterosexuales conocen muy bien el mercado guineoecuatoriano de la trata. Llevan de la mano a las niñas transgénero hasta la clientela. Las niñas transgénero conocen muy bien el mercado guineoecuatoriano de la trata. Llevan de la mano a las niñas heterosexuales hasta la clientela.
El monto de dinero que ofrece el mercado de la prostitución supera el que ofrecen papá y mamá: la familia guineoecuatoriana empobrecida. En el barrio, en la familia, en el colegio, en todo el país, son aplaudidas: son las reinas del día y de la noche. Tienen acceso a los hombres poderosos del país. Son niñas que estudian, algunas trabajan, pero los salarios pordioseros estipulados por el marco normativo no abastecen las ansias económicas de las familias que lo esperan todo de ellas, hasta que alcanzan la condición de mayonesas.
Las amistades heterosexuales VIP / las mayonesas, y las amistades Ansu Fati, forman un grupo muy poderoso en el mercado sexual. Además de ejercer de trabajadoras sexuales, tienen acceso a los proxenetas. Conocen los gustos sexuales de los hombres ricos del país y se codean con personas de clase alta relacionada o no con el mundo de la prostitución, por lo tanto, su condición de VIP no radica en la disposición de recursos económicos sino en su posición de cercanía a personas que sí tienen dinero y consumen la prostitución. No son mujeres empoderadas.
Las mujeres lesbianas: una población clave dentro de otra población clave, la comunidad LGTBIQ+
Las mujeres lesbianas, bisexuales y hombres transgénero, son vulnerables a las enfermedades de transmisión sexual. Las que se mantienen en el armario —privilegio que disfrutan solo las cisgénero—, trabajan en los puestos de trabajo disponibles para las mujeres heterosexuales y ocupan un lugar privilegiado en el patriarcado: no están excluidas como los hombres transgénero y lesbianas con el físico tradicionalmente masculino.
A cambio de ocultarse durante mucho tiempo, se ven obligadas a estar en pareja con tres personas y con el siguiente orden de importancia. Primero, de cara a la sociedad les corresponde normalizarse como mujeres. Tienen como pareja un varón, encargado de su manutención, de la manutención de la familia de ella, y de la descendencia de ella, según establecen las tradiciones étnicas.
Bajo ningún concepto pueden dejarse ver con personas homosexuales. Segundo, están en pareja con una persona LGTBIQ+ que hace de varón para ellas en la comunidad LGTBIQ+ y que aparenta masculinidad.
Y es que el funcionamiento de las relaciones sentimentales en la comunidad LGTBIQ+, a pesar de la diversidad, está adaptada al binomio varón / hembra y masculino / femenino, lo que da lugar a la reproducción de la violencia machista radicada en el modelo de masculinidad y feminidad normalizados.
La consecuencia de esta estructura humana copiada, crea otro modelo de relación que sí se adapta a la diversidad sexoafectiva. Se trata de parejas del mismo sexo-género que funcionan sin normas de sujeción, pero fuertemente castigadas por la heteronormatividad adoptada como norma de funcionamiento en la comunidad homosexual. Son parejas en las que, al contrario de las formadas con varones heterosexuales y varones transgénero, apenas existen roles de género. Ambas mujeres conviven en igualdad. Son las parejas más duraderas.
Naciones Unidas atribuye a las poblaciones clave varias características. Son grupos que sufren un mayor impacto epidemiológico de una enfermedad, disfrutan de un menor acceso a los servicios públicos, pertenecen a subpoblaciones criminalizadas o marginadas, y se enfrentan a frecuentes violaciones de los derechos humanos.
Las mujeres lesbianas, bisexuales y hombres transgénero, constituyen una población clave dentro de la población clave LGTBIQ+ reconocida por las normas internacionales. Además de requerir de varias parejas para adaptarse a la feminidad reglamentada por las tradiciones étnicas y los poderes públicos, tienen que someterse a la homofobia cultural y de Estado, por lo que están discriminadas por ser mujeres y mujeres disidentes sexuales.
La homofobia de Estado reconoce de facto un único puesto de trabajo para las mujeres lesbianas, bisexuales y hombres transgénero: el trabajo sexual. Las mujeres lesbianas, bisexuales y hombres transgénero Ansu Fati, víctimas de la maternidad forzada y del repudio familiar, disfrutan de un mercado laboral abarcador, las personas heterosexuales y homosexuales requieren de sus servicios sexuales, y sus perfiles se distinguen desde el mirón lésbico hasta las orgías, prácticas que se producen en medio de mucha violencia y en barrios exclusivos como El Paraíso, Pequeña España / Caracolas, Banapá, Los Ángeles, Buena Esperanza, etc.
También son demandadas por varones que buscan ascenso social, especialmente en el poder, y que tienen como mandato de curanderías e Iglesias, acostarse con mujeres cuyos cuerpos alojan espíritus de hombres para apropiarse de ellos en la brujería y ascender en política.”.
La trata de personas LGTBIQ+ constituye una red que canaliza asimismo a las Ansu Fati hasta las Ansu Mami y Sugar Mami lesbianas, bisexuales y hombres transgénero. A partir de su degradación al estatus de mayonesas, dejan de importarle a la clientela como antes y la preferencia por ellas retrocede a favor de la generación en la adolescencia precoz.
A partir de entonces, sus roles cambian. La gestión de las Ansu Fati y de sí mismas para las Ansu Mami y Sugar Mami, casadas o no, y los Sugar-Dadi y Ansu Papi, se convierte en el nuevo empleo.
El informe Homofobia de Estado publicado por Somos Parte del Mundo en mayo de este año, testifica que una estrategia de captación a las Ansu Fati lesbianas, bisexuales y transgénero, constituye la creación de negocios nocturnos (pub, discoteca, bar, etc.).
Existe una red de mujeres homosexuales tratantes (las Ansu Mami y Sugar Mami casadas o no), que entran en matrimonios para protegerse de la homofobia: conviven con parejas heterosexuales para disfrutar del acceso al dinero de algún esposo o amante rico, y mantiene a la vez encuentros sexuales con personas de su mismo sexo.
Los negocios creados funcionan exclusivamente por las noches, en los espacios relegados al ocio nocturno. El capital del comercio les corresponde a ellas, pero ni tan siquiera trabajan en la gerencia. La pantalla tiene nombre propio: la amante de alguna de ellas.
La amante se traviste solamente de noche. Se encarga de aportar recursos (las Ansu Fati) para que la empresa se mantenga en pie. El negocio empieza a funcionar. Corre la voz en la red de tratantes. Estos espacios siempre se rodean de escándalos a raíz del poder reclamado por las financiadoras, quienes consideran que todo lo que poseen sus amantes les pertenece, desde la zapatilla comprada hasta la ropa íntima, más la fidelidad en alquiler.
Las peleas surgidas a veces provocan las intervenciones de la policía. La información se difunde, los esposos y amantes heterosexuales, si existieran, se informan. Las familias de sexo masculino de las financiadoras se informan.
Los problemas surgidos en estos espacios de captación se reservan para la adolescente Ansu Fati. Las mayonesas y maduras niegan, casi siempre, y en público, cualquier relación sentimental con las niñas. Cuando el conflicto expulsa del armario a las tratantes y desde luego a su entorno cercano, las familias, esposos y amantes de las mayonesas y maduras, imponen para ellas el sometimiento a las terapias de conversión.
Las maduras no casadas, gracias a su poderío económico, apenas obedecen. Sin embargo, la suerte nunca acompaña a las niñas y mujeres lesbianas, bisexuales y pansexuales de origen humilde. Terminan en prisión y si los esposos y hermanos varones de la mayonesa y/o la madura son poderosos, las encierran en la prisión Black Beach. En la prisión sufren el abandono familiar y de la pareja.
Los grupos de tratantes mayonesas, Ansu Mami y Sugar Mami, todas LGTBIQ+, están especializadas en la captación de niñas y mujeres lesbianas, bisexuales y pansexuales repudiadas por las familias. La captación se produce a cambio de una casa en alquiler, comida, ropa, acceso al colegio, acceso a la libertad. Las adolescentes buscan igualmente a estas mujeres como estrategia segura para escaparse de la casa familiar. Huyen sin documentación, culturalmente custodiada por la familia y de acceso restringido a la infancia.
Los bienes comprados —comida, ropa, medicinas, matrícula y material escolar, teléfonos móviles, etc.—para beneficio de las homosexuales captadas no constituyen un regalo sino una deuda. En el caso de que quieran huir de los espacios controlados por las tratantes, lo retienen todo. La deuda es infinita.
La deuda adquirida por las víctimas captadas se contabiliza a partir de la alimentación comprada desde que residieran con las familias de nacimiento, se amplía desde que empezaran a convivir en los espacios controlados por las tratantes, y finaliza en el momento que pretendieran romper la relación y huir.
La deuda se extiende y se contabiliza en la ropa comprada, la peluquería, la manicura, el pelo postizo, los electrodomésticos, la matrícula y el material escolar si hubiese, etc. En el caso de que las víctimas huyeran de la casa familiar con documentación personal —la partida de bautismo, el documento de identidad personal, el pasaporte, el carnet del censo, el carnet del Partido Democrático de Guinea Ecuatorial—, o que la documentación se hiciera en pareja con los fondos de tratante, también se confiscan.
Un texto de Trifonia Melibea Obono