El heterocisexismo es violencia colonial, existimos desde mucho antes

El heterocisexismo es violencia colonial, existimos desde mucho antes

La naturalización y asimilación de un género que se construye desde lo binario y lo dicotómico, tomando como punto de referencia la supuesta objetividad de la biología, responde a una percepción particular y parcial de lo que representa (si es que acaso representa algo en todas las culturas) esta categoría. Sin embargo, la incidencia del colonialismo y la imposición de varios patrones culturales europeos como resultado de este proceso violento, asesino y doloroso, han instaurado la idea de que precisamente esa comprensión de lo que entendemos por género es al contrario parcial, objetiva y universal.

Por lo que si comprendemos la tríada sexo-género-deseo y la serie de normativas que se delimitan mediante la interacción entre estas nociones, es evidente afirmar que del mismo modo en que la comprensión del género es situada respecto a la cultura, también lo son las comprensiones en cuanto a identidad de género y orientación sexual se refieren. Así, no sólo el género es un legado colonial, sino también lo es el régimen en el que se enmarca, es decir, el heterocisexismo.

Cabe aclarar que cuando nos referimos a que el género constituye en definitiva un legado o herencia colonial, no se trata simplemente de su rol en la instauración de nuestro orden social vigente. Se trata de cómo los imaginarios y los supuestos atados a esta categoría, son también resultado de una cosmogonía europea que es dual y se rige por la diferenciación y alterización radical del otro. Cuando señalamos que el género es una transmisión del colonialismo, buscamos subrayar también como éste es partícipe de las mismas lógicas que sustentan al pensamiento moderno europeo, que pretende distanciarse de todo lo subjetivo y lo variable, acercándose a aquello que puede constituir un modelo único y global.

Dicho de otra manera, no sólo el que hablemos en términos de género está atravesado por el colonialismo, sino también el propio género está inmerso en los patrones y normas culturales de los pueblos colonizadores, quienes obviamente se exaltarán y se privilegiarán a sí mismos, tomándose como punto de referencia para pensar al género, a la masculinidad y a la feminidad. Esto significa que el género no sólo se reproduce en el marco del colonialismo y responde a patrones culturales, sociales y epistemológicos de Europa, sino que en su inmersión a lo que hoy entendemos como América Latina y el Caribe, sirve como categoría de diferenciación y de refuerzo de la humanidad blanca y europea, frente a los cuerpos negros e indígenas que son deshumanizados, cosificados y animalizados a través de la racialización.

Dicho de otra forma, en el marco de la colonización el género actúa como una característica propia de lo humano y como bien sabemos el racismo, las jerarquías raciales y la supremacía blanca, se instituyen no para designar quiénes son seres humanes de primera o segunda categoría, sino para limitar quienes ostentan la humanidad y quienes no. Así que en un primer sentido tanto los cuerpos indígenas como los cuerpos negros fueron desgenerizados, es decir, fueron despojados también de la humanidad.

De igual manera, la supuesta correspondencia entre el sexo biológico y el género asignado al nacer (característica fundamental de una visión eurocéntrica en cuanto al género) se sigue de la idea de la heterosexualidad obligatoria. Esto involucra una de las características más importantes, o quizá la más significativa, a la hora de plantear una femineidad y una masculinidad normativa y privilegiada, que beneficia ya no sólo a los cuerpos blancos, sino a los cuerpos que además son cisgénero y heterosexuales, produciendo que los cuerpos que hoy entendemos como LGBTIQ+ sean expoliados de su humanidad también, a través de la patologización de sus identidades y la idea de que sus prácticas erótico-afectivas representan algún tipo de sacrilegio.

Este vínculo indiscutible entre sexo, género y sexualidad pensado desde el eurocentrismo, configura entonces uno de los dispositivos más letales e imperantes de la colonialidad: la idea de que necesariamente se es varón o mujer, de que ese ser varón o mujer es verídico en función de una lectura generizada de la diferencia sexual  y que además, si ambas situaciones coinciden, es evidente que se desee tanto erótico como afectivamente a alguien y que ese alguien, sea del género que según la norma es el opuesto o contrario al que se tiene.

Así pues, el único sujeto con un privilegio absoluto dentro del heterocisexismo sería el varón blanco cisgénero y heterosexual, pues es quien posee el privilegio masculino (que se enmarca en la consagración de una masculinidad blanca y europea), el privilegio cis y el privilegio heterosexual. Luego, todos los otros cuerpos e identidades que escapen de esta normativa serán en mayor o menor medida violentados, excluidos y agredidos por ella.

Aunque, las experiencias subjetivas producto del heterocisexismo dependerán de las localizaciones variables en términos de otras estructuras, así como de aquellas que están involucradas en este sistema de dominación. Es decir, las vivencias particulares de quiénes no encarnan el privilegio cis, masculino y heterosexual, responden tanto a su posicionamiento en términos de género, raza y orientación sexual, como a su ubicación en otras estructuras, que aún sin ser partes inherentes del heterocisexismo, moldean y producen prácticas específicas dentro de él.

Justamente el planteamiento de la heterosexualidad como un resultado obvio al binarismo de género, refuerza no sólo la producción de roles divisorios entre los “dos” géneros para la vida cotidiana, sino que además permite sustentar y legitimar fácilmente las narrativas de oposición frente a la masculinidad y femineidad, que no sólo repercuten en cuestiones prácticas sobre cómo se materializan esas clasificaciones sexistas, sino que también comprometen cuestiones ontológicas, que son precisamente las que dificultan el desmantelamiento de esas prácticas y esos roles.

En otros términos, la regla de que se es varón o mujer y que se es además necesariamente heterosexual, es la dupla perfecta para sustentar al binarismo de género, pues al presentarse como ontológicamente opuestos la femineidad y la masculinidad, es a través de la idea de complementariedad que también cobra sentido y se propone como única y obvia posibilidad, la heterosexualidad.

Respecto a esto cabe subrayar cómo la tríada sexo-género-sexualidad, adquiere un contenido divergente en los cuerpos no blancos, pues estos, al ser despojados de su humanidad mediante procesos de racialización, son generizados bajo lógicas distintas. Por lo que la construcción de la femineidad blanca, por ejemplo, no sólo se opone a la masculinidad blanca sino a la feminidad negra e indígena.

La masculinidad y feminidad blanca (que son necesariamente cis y heterosexuales) no son solamente dicotómicas entre sí, también representan la antítesis frente a las masculinidades y feminidades racializadas como inferiores, pues si éstas fueran equivalentes entre sí, se debilitaría ideológicamente el racismo, pues los hombres blancos serían tan hombres como los que son negros e indígenas y las mujeres blancas, serían tan mujeres como las indígenas o negras. 

En conclusión, para que la femineidad y la masculinidad se instauren como evidentes en los pueblos colonizados, es vital sostener un modelo jerarquizado que no sólo imponga estas categorías y pretenda naturalizarlas, sino que además fortalezca y defienda la diferencia racial.

Entonces esta femineidad y masculinidad que en realidad es parcial y determinada, se expone a sí misma como un modelo universal, o en el caso de aquelles que están lejos de experimentar y encarnar esa norma, se convierte en ese canon que se pretende y anhela alcanzar. De esta forma, la violencia detrás de comprender al género desde su entramado colonial, significa más que reconocer cómo las características que le atribuimos están demarcadas por la colonización.

Reconocer al género como un legado colonial, involucra también distinguir cómo los procesos jerárquicos de ​​racialización redefinieron y dieron forma al género en lo que hoy llamamos América Latina y el Caribe y cómo la asimilación y adopción de esa masculinidad/feminidad blanca, cisgénero y heterosexual, convirtieron algo dinámico y situado en un paradigma universal. 

Justamente las percepciones y asociaciones respecto a la masculinidad de los varones negros frente a la masculinidad de los varones blancos evidencian sus enormes distinciones y cómo incluso, parte del privilegio masculino de los varones blancos, sucede a costa de la masculinidad subordinada de los varones negros que, aunque no experimentan opresión sexista, tampoco se ven plenamente beneficiados por el sexismo.

Algo similar ocurre con las mujeres negras, quienes al ser oprimidas en ambos niveles no experimentan ningún privilegio y se ven subordinadas tanto por los varones negros (y blancos, ¡obvio!) como por las mujeres blancas, las cuales además se consolidan como el prototipo universal de femineidad, mientras que sus compañeros negros al verse privilegiados por su género, acceden al mismo estatus de universalidad en materia racial, causando que las experiencias de las mujeres negras no sólo sean subordinadas en ambos niveles, sino que además sean particularizadas y tengan que resistir frente al modelo de las mujeres blancas en términos de género y al de los varones negros en términos de raza.

De hecho, muchos de los estereotipos que sustraen la identidad de las personas negras y pretenden unificarlas están atravesados por su relación de disparidad con los imaginarios en cuanto a género, que tenemos respecto a las personas blancas. Un ejemplo de esto tiene que ver con cómo históricamente se ha asumido y posicionado a las mujeres negras desde la hipersexualización y la fetichización, representando la figura de “la amante”, es decir, aquella mujer de la que se puede disponer sexualmente, pero involucrarse afectivamente implicaría una pérdida del capital simbólico sin duda; mientras que la mujer blanca es percibida como pura, casta, como digna de ser convertida en esposa pues garantiza la permanencia del estatus social.

Algo que también ocurre con los varones negros, quienes además de ser hipersexualizados, son criminalizados bajo mitos como el de “El violador negro”, donde los hombres negros son percibidos como depredadores sexuales (especialmente para la femineidad blanca, pues la femineidad negra está supeditada) y como sujetos agresivos y violentos, que sumado a la violencia policial que enfrentan por motivo del perfilamiento racial, se convierten en una de las poblaciones más frágiles, a la hora de caer en manos del sistema carcelario.

Así mismo la hipersexualización de los cuerpos negros, constituye a mi juicio, otros dos modos significativos a la hora de hacer mención en los diferentes estereotipos sexualizados y racializados, que impactan la vida de las personas negras: el primero responde a la relación entre hipersexualización y fetichización, donde las personas negras son deshumanizadas y percibidas como un mero objeto para complacer el deseo de los cuerpos blancos, quienes al percibirse como radicalmente distintos a sus pares negros, encuentran en las características raciales de estos y en su fenotipo, algo del orden de lo exótico y de lo desconocido, provocando que muchas veces no sean percibidos ni siquiera como “amantes” sino como experiencias sexuales peculiares.

El segundo involucra la relación entre la hipersexualización de las personas negras y la normativa cisexista que además es heterosexual, significando la hipersexualización y la asimilación de la heterosexualidad como obligatoria, dos elementos centrales a la hora de pensar en cuestiones de reproducción y esto es particularmente especial porque parte del sistema esclavista, involucraba percibir a los cuerpos negros no solamente como prescindibles y subordinados, sino también como reproductores de capital, ya que al ser esclavizadas las personas negras eran cosificadas y tratadas como propiedad.

Precisamente esta relación entre heterosexualidad obligatoria e hipersexualización, advierte un punto interesante en el análisis de la comprensión del heterocisexismo por parte de las personas negras, pues terminan tomando como propias y legítimas ya no sólo la norma cis y heterosexual, sino además las nociones distorsionadas por el racismo en cuanto a su género, así como en muchos casos la idea de que efectivamente su cuerpo es hipersexualizado y que eso no constituye una ficción, sino un estado de la realidad de los cuerpos negros, desarrollando una visión alterada sobre el ejercicio de su propia sexualidad y de su deseo. 

Además, como ya hemos mencionado, el sistema colonial de género impone no sólo el binarismo y el cisexismo, sino también la heterosexualidad obligatoria como punto cúlmine de esta normativa y este sistema, produciendo que además quienes escapan de estos cánones sean representades como sujetes enfermes, pecadores o degradantes, pues no sólo se oponen a la regla vigente, sino que cuestionan con su mera existencia las bases ideológicas de ésta, que se vende a sí misma como inalterable y natural.

En este sentido las personas gays, lesbianas, bisexuales, travestis/trans, intersexuales y queer, disputan no sólo las supuestas correspondencias entre sexo-género-sexualidad que demanda el heterocisexismo, sino que al correrse de la norma evidencian que justamente se trata de eso, de una norma y no de una disposición inherente a la condición humana, defendida bajo discursos biologicistas que rechazan la implicación de la cultura en estos asuntos.

Así y tal como ocurre con la subordinación de las mujeres producto del sexismo, quienes no sean cisgénero y/o heterosexuales experimentan realidades opresivas dentro de estos sistemas, realidades que obviamente no son universales sino variables, pues del mismo modo en que sucede con otras categorías como el género, se ven afectadas por otras estructuras y la localización en términos de privilegios u opresiones, que se tenga dentro de ellas.

Esto también significa que quienes ya son subordinados en el marco de otras relaciones de dominación, experimentan no sólo una maximización de la violencia recibida, sino además una hiper-particularización de sus opresiones específicas, pues se distancian tanto de la norma como de los modelos pretendidamente universales que asumen los movimientos sociales, para dar lugar a su agenda política y a las consignas de su lucha.

En el caso de las personas negras LGBTIQ+ esta cuestión es sumamente significativa, pues sus experiencias de vida y las desigualdades que atraviesan como resultado de esa intersección entre raza y heterocisexismo –mínimamente­­­– son también despreciadas y minimizadas por el movimiento negro y el movimiento LGBTIQ+ ya que, en ninguno de los casos, sus vivencias pueden ser tomadas para producir algún tipo de referencia global.

Además, teniendo en cuenta la manera en que la hipersexualización de los cuerpos negros ha sido instrumentalizada para legitimar el heterocisexismo, es relevante subrayar cómo los cuerpos no cisheteronormativos son percibidos como patológicos, subordinados y apóstatas, pero también como ajenos a los patrones y prácticas culturales de los pueblos negros. Esto significa que a pesar de la enorme relación entre género y colonialidad y de la certeza de que efectivamente son posibles otros modos de comprender el género en culturas no blancas, el discurso triunfante sigue siendo el de la colonialidad de género, aun cuando este se nutre y se fortifica mediante las mismas jerarquías raciales que se instauraron en el período colonial. 

Es fundamental subrayar que la asimilación del heterocisexismo como un patrón cultural propio de los pueblos negros afrodescendientes, se debe a la violencia en la instauración de la colonialidad de género y no a un proceso pasivo e indiscutible de adopción de esta estructura como parte significativa de su realidad, por parte de los pueblos.

Dicho de otro modo, el que no se cuestione u objete la normativa cis y heterosexual, no implica que se esté de acuerdo con ella, sino que al ser transmitida mediante prácticas opresivas durante siglos (que incluyen el aniquilamiento de concepciones en cuanto al género ajenas a las de la blanquitud) es normalizada y representada como propia, inclusive por aquellos cuerpos que históricamente han sido doblegados y deshumanizados por ella.

Cabe resaltar que este ejercicio de reapropiación y asimilación de la colonialidad de género y de la hipersexualización de las cuerpos negros, puede corresponderse también con procesos de supervivencia y de refuerzo de la propia identidad, pues al denotar la violencia simbólica detrás de la creación de estereotipos y la homogenización de una comunidad entera, resulta más sencillo y eficaz apersonarse de esas características negativas que se asumen desde la diferencia racial, que cuestionarlas y evidenciar su origen colonial.

De igual modo hay que subrayar, cómo la identidad de las personas negras afrodescendientes en lo que hoy conocemos como América Latina y el Caribe, está necesariamente vinculada a los procesos de colonización y esclavización que dieron lugar a la diáspora africana, pues incluso en los territorios mayoritariamente negros, o en donde se consiguió una organización social autónoma y desligada del esclavismo (como en el caso de la revolución haitiana o los quilombos, palenques y cumbes en la región) subsistía ya, algún tipo de herida colonial pues inclusive los elementos y prácticas culturales que lograron ser preservados mediante procesos de resistencia ancestral, están atravesados por esa violencia, pues precisamente permanecen en el tiempo a pesar de ella. Esto representa un factor decisivo en la conformación de la identidad tanto individual como colectiva de las personas negras afrodescendientes, pues su conformación está profundamente enraizada (aunque no reducida) al pasado colonial.

En otros términos, sus elementos, patrones y prácticas culturales no pueden desligarse del colonialismo y es por esto también que es aún más difícil  repensar y reimaginar órdenes sociales divergentes a éste, donde no sólo hayan componentes culturales ajenos a los europeos, sino estructuras del orden social que no se les parezcan en absoluto o difieran en algunos sentidos, pues aunque seguramente habrán otros mundos posibles más allá de la colonialidad, nuestra inmersión y asimilación en ella resulta tan efectiva y duradera, que incluso todo aquello que estaba por fuera de ella, termina siendo cooptado e integrado en su sistema.

Así, es innegable que la adopción e imposición de la colonialidad de género como propia, se debe a prácticas tan evidentes como el pretendido borramiento de la identidad en el marco de la colonización y a prácticas más sutiles que han terminado por consolidar la normalización y naturalización de ese heterocisexismo, donde a pesar de verse subordinadas por la incidencia de la diferencia racial en los procesos de generización, las personas negras terminan adaptándose e integrándose a este sistema. Es por esto por lo que no sólo se adhiere al cis-heterocisexismo perpetuando el LGBTIQ+odio, sino asumiendo que las identidades gays, lesbianas, bisexuales, travestis/trans, intersexuales y queer, son opuestas a la masculinidad y a la femineidad negra. 

Una reflexión de Alejandra Pretel

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