Si llega una… ¿Por qué no llegamos todas? Algunas consideraciones tras la victoria de Claudia Sheinbaum en México

La contienda electoral para el sexenio 2024-2030 de México ha concluido. Tenemos presidenta, y aunque el resultado debería ser celebrado por la irrupción que significa a la tendencia masculina en la política, el triunfo de Claudia Sheinbaum llega con un efecto agridulce. Pese a que este proceso de elecciones destaca por el gran porcentaje de participación ciudadana, hay varios aspectos que se interponen para activar la euforia ante el hecho de que, por primera vez, en 213 años de historia democrática, el país será gobernado por una mujer.

La reflexión que compartiré a continuación es una lectura multifocal: como militante del movimiento afromexicano, como investigadora autónoma, como activista de derechos humanos, pero, sobre todo, como mujer racializada. La emoción que sentí cuando supe de la llegada a la vicepresidencia de Francia Márquez en Colombia, o de la designación de Dilma Ruseff en Brasil, no tiene punto de comparación con lo que siento ahora, pero este desencanto no es parte de los síntomas de una resaca electoral, más bien, es una raigambre que se ha extendido durante estos últimos seis años. 

Cuando en el 2012 Andrés Manuel López Obrador asumió su cargo como primer mandatario de México, verdaderamente sentí una emoción indescriptible, pues genuinamente creía en el proyecto que lideraba, creía que la izquierda popular era posible. Sin embargo, esa simpatía fue desgastándose al ver cómo el líder que durante tantos años se había dado baños de pueblo para aleccionar a las élites de derecha, traicionó y abandonó causas como la de las madres buscadoras, las personas desaparecidas, los feminicidios, y podría continuar con una larga lista. Recuerdo que la primera vez que escuché la frase Por el bien de México, primero los pobres, tuve ganas de llorar, pero, seis años después, escuchar esa frase en boca de quien será la primera presidenta, me da rabia. 

Creo en el feminismo y en la acción política, creo en la paridad de género, en la representación y en la importancia de que las mujeres sean parte de la política, pero de ningún modo, eso significa una neutralidad o una lectura acrítica sobre lo que acontece. Para quienes simpatizamos con la izquierda social, señalar las inconsistencias de las gestiones no nos convierte en detractores, por el contrario, nos obliga a asumir posturas críticas. 

 A mí no me emociona ni celebro el triunfo de Claudia Sheinbaum, porque el hecho de que sea mujer no significa que, en automático, el género será una cuestión central de su gobierno. De hecho, una de las cosas que más me desanima, es saber que la primera presidenta de México es una mujer que simpatiza con la militarización, la intolerancia racial, la criminalización de la protesta y, aunque se nombra ambientalista, ha optado por la represión contra defensores del territorio. También me desanima pensar en que la primera presidenta ha sido una ferviente promotora de la precarización laboral de profesionistas, impulsando esquemas laborales tendientes a la sobre explotación y al proselitismo. Tampoco confío en que, contendiendo en un proceso histórico, manifestara tanta tibieza en temas relacionados con las salud y justicia reproductiva de las mujeres, como lo es el acceso al aborto o la atención integral a la violencia de género. 

Es mujer, sí, pero su formación política ha estado más emparentada con una élite privilegiada y académica. Es mujer, sí, pero su discurso de género es una clara repetición del feminismo blanco que habla sobre “como las mujeres han sido relegadas de la esfera política”, pero poco hace por promover la apertura de espacios para que más mujeres, de distintos estratos, puedan realmente aspirar a otros horizontes. Es mujer, sí, pero en sus propuestas de campaña jamás se pronunció por una causa racial, pese al apoyo y acogimiento que ha recibido de mujeres indígenas y afromexicanas. Es mujer, sí, pero ha recurrido a prácticas represivas para disuadir las protestas feministas en la Ciudad de México. Es mujer, sí, pero es una mujer privilegiada, para quien llegar al poder siempre fue una cuestión de tiempo y no de lucha social.

¿Por qué no celebro a la primera presidenta?

Como Jefa delegacional de la alcaldía Tlalpan y como Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, existen lamentables ejemplos de impunidad y corrupción. 

Hay tres casos paradigmáticos: el desplome del Colegio Rébsaem durante el sismo de 2017, la caída de la Línea 12 del Metro de la Ciudad de México en el 2021 y la represión que vivieron algunas feministas en distintos momentos de las protestas del 8 de marzo. 

Particularmente, en la Ciudad de México, el sismo del 19 de septiembre de 2017 destapó las estafas del mercado inmobiliario. El monstruoso incremento en los precios de las viviendas, gráficamente se hicieron trizas ante el movimiento de las placas tectónicas. Departamentos casi nuevos sufrieron daños estructurales importantes que pusieron en riesgo la vida de sus inquilines, debido a la baja calidad de materiales empleados para su construcción y a innumerables concesiones que se obtuvieron de forma ilícita. 

Luego, en el 2021, el colapso de la Línea 12 del metro, que dejó 26 personas muertas y más de cien heridas de gravedad y con secuelas, sucedió en el marco de su gestión como Jefa de Gobierno de la Ciudad de México. De haber atendido las múltiples denuncias ciudadanas que se habían hecho por parte de usuaries y trabajadores, sobre el evidente deterioro en la infraestructura del Sistema de Transporte, la tragedia pudo haberse evitado. 

Por otra parte, en lo que respecta a su proyecto de nación, lo relativo al tema migratorio, por ejemplo, es una continuidad de la política implementada por Andrés Manuel López Obrador, caracterizada por atribuir facultades a la Guardia Nacional para realizar acciones de control y revisión migratoria. Carece de una perspectiva intercultural y de protección a los derechos lingüísticos de personas indígenas y afrodescendientes. La injerencia de la Guardia Nacional en las labores del Instituto Nacional de Migración, han propiciado un incremento en los casos de abuso de poder, brutalidad policial y tortura contra personas migrantes y solicitantes de protección internacional. Y esto, acotado a un tema de género, ha dado pie a que existan casos no documentados sobre la violencia sexual que enfrentan las mujeres en migración. De manera que, a todas luces, resulta preocupante y despierta una fundada desconfianza, el hecho de que la futura primera presidenta de México no asuma una postura afín a la reparación del daño a la prevención de la violencia, sino que, por el contrario, vitupere el fortalecimiento del aparato militar. 

En lo que a la interculturalidad refiere, y pese a que el partido que lidera ha permitido el ascenso de lideresas afromexicanas a puestos de diputación, senadurías y regidurías, Claudia Sheinbaum tampoco ha expresado un mínimo interés en hablar sobre cómo promover la equidad racial. Bastante comprensible para alguien a quien la cuestión de la clase y raza, simplemente, no le atraviesan. 

La diferencia más sustancial entre Claudia Sheinbaum y otras mandatarias de la región, es que pese a toda su experiencia y trayectoria, carece de bases populares. Aunque fue fundadora del Partido Movimiento de Regeneración Nacional (mediante el que llegó al poder), su experiencia con la articulación social ha estado mediada por una relación proselitista, de mera usanza neoliberal que se enfoca en la obtención de votos, pero se deslinda de asumir compromisos sustanciales con los movimientos. 

Finalmente, también he reflexionado mucho sobre como celebrar el hecho de que, tras dos centenarios de vida democrática, sea la primera vez en que una mujer asciende a ese espacio de poder. Me remite a lo que la psicología pop tiktotera denomina como migajas de amor, sólo que en este caso serían migajas de política. ¿Cuántas dosis de feminismo blanco hemos ingerido para pensar que la llegada al poder de las mujeres es un triunfo y no una deuda histórica? ¿Qué tan intoxicadas de feminismo blanco estamos?

Llegó una, pero no llegamos todas. Aún no.

Una reflexión de Ana Hurtado

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