- La Unión Africana de España denuncia que el edificio se encuentra en muy mal estado y pide actuar antes de una tragedia
- Se trata, al parecer, de una escuela de los años 60 que se reconvirtió en centro para juventudes católicas
Al lado de una fotografía del papa Francisco, en un colchón sucio tirado en el suelo, duerme un joven senegalés que se jugó la vida para coger naranja en València. Migró con el objetivo de llegar a tiempo para la temporada de cítricos, para ponerse a trabajar y labrarse un futuro. Como fuera.
Ese ‘como fuera‘ significa que ahora duerme en un aula de un colegio católico abandonado cerca del centro de València. En la esquina de la habitación hay una pequeña biblioteca con libros hojeados por curiosiad. Papeles, un ordenador, pizarras y hasta fotocopiadora. Al lado de la cama vacía un bocata de jamón de alguien que ha salido a ganarse la vida por una miseria.
Son invisibles. Y son quince; vienen de Mali, Gambia y Senegal. Ni servicios sociales sabía de su existencia hasta ahora a pesar de que llevan tres meses malviviendo allí. Los vecinos consultados tampoco tienen queja ni sabían de ello. Fuentes del ayuntamiento explican que este mismo miércoles mandarán a personal para darles asistencia.
Pero eso no es lo que más preocupa. El colegio, sobre todo en la segunda planta, tiene grietas en las que se podrían meter dos dedos. Mohamed Mboirick, portavoz de la Unión Africana de España denuncia que “hay que hacer algo antes de que ocurra una desgracia”.
El colegio tiene tres habitaciones con los marcos reventados al forzar las puertas. Parece que, un buen día, todo el mundo se fue y dejó las salas tal y como estaban todavía está lleno de archivos, documentos, y pizarras con eventos pasados organizados por la comunidad, incluso folletos, dibujos y noticias colgados de las paredes. De hecho, los migrantes a penas han tocado nada, solo han echado sus colchones al suelo.
Al parecer se trata de una escuela construida en los años 60 que después se reconvirtió en un centro para las juventudes católicas y después se abandonó. Aunque por el momento el arzobispado de València no ha podido confirmar este extremo.
En el piso de abajo hay otros dos colchones echados, en lo que alguna vez fueron unos baños públicos, pero que ahora están completamente llenos de suciedad con una puerta que ni siquiera ya cierra. Lo único que hay son bolsas de plástico, algún producto de limpieza y dos pares de zapatillas de alguien.
Nadie sabía de ellos hasta hace nada, salvo un vecino del barrio que advirtió de la situación. Este vecino lleva semanas dando agua y alimento a los temporeros, les lava la ropa en su casa y es quien guarda el pasaporte y otra documentación (que lo es todo para estas personas) en su casa, el lugar más seguro posible para alguien que no tiene ni un techo decente.
Vidas temporeras
La mayoría de estas personas son nómadas, y casi nadie llegó directamente desde África a València. “La mayoría llegan de Zaragoza o Lleida, de otras temporadas en el campo. Ahora se han trasladado aquí porque dentro de nada empiezan la de la naranja en València”, cuenta Mboirick.
Todos menos uno. Un hombre senegalés que decidió migrar desde su país y arriesgar la vida en el Mediterráneo con el plan de conseguir trabajo en València, en la naranja. “Esta gente casi nunca están aquí, siempre estén en la calle buscándose la vida como sea y dónde sea, unos en el campo, otros en la chatarra y el resto haciendo chapuzas o currando donde les paguen“, cuenta Mboirick.
La razón es sencilla: no tienen otra opción. El actual reglamento de extranjería les impide acceder a un permiso de trabajo, y tampoco a papeles ni residencia en un tiempo que normalmente es de tres años (cuando la gran mayoría consiguen el arraigo social), así que se ven abocados a trabajos que rallan la esclavitud y muy mal pagados.
“Normalmente van saltando de ciudad en ciudad en función de la temporada en el campo. Zaragoza, Lleida, Barcelona, Valencia, Málaga… Van probando donde les pueden dar trabajo hasta que consiguen algo más fijo en algún lugar. Fijo puede significar en un taller como mecánico aunque sea sin papeles. Pero es algo más estable. Entonces es cuando se quedan e intentan echar raíces en algún sitio donde tengan alguna oportunidad”, explica el portavoz de la Unión Africana.
Las condiciones del trabajo en el campo rallan la esclavitud, pero como remarca el representante de la Unión Africana “son personas que se mueven por lo que haga falta porque no tienen otra”.
Mboirick explica que hay unos tres asentamientos bastante conocidos entre la comunidad migrante y temporera en València, son como una especie de puntos de paso. “Quienes vienen de Zaragoza o Lleida acuden directamente a estos sitios para vivir ahí durante las semanas que dure la temporada y luego irse. También son lugares abandonados, como este, donde evidentemente las personas no están como deberían”, explica.
Antes eran cuatro asentamientos, uno de ellos una nave abandonada muy próxima al municipio de Tavernes Blanques (y muy próximo también a grandes extensiones de campo). Pero esta nave sufrió un incendio, además durante la noche, con los migrantes dentro. Felizmente no hubo ningún herido, pero la policía acabó por clausurar el recinto y derrumbar lo que quedaba de aquella nave.
“La Garrofera sigue igual”
La Garrofera es el nombre por el que se conoce popularmente a una fábrica de leche abandonada a las afueras de València. Este es uno de los puntos de paso de temporeros que vienen a València. Durante todo el año suele tener una treintena de migrantes malviviendo allí. En febrero este lugar saltó a los titulares por la muerte de Abraham y Richard, dos temporeros de Ghana que murieron, uno por cáncer hepático y otro por causas que aún se desconocen, mientras dormían a la intemperie.
Mboirick sigue yendo regularmente a este asentamiento para ofrecer agua, comida, y compañía a los africanos que siguen residiendo allí. Denuncia que está muy descontento con la política llevada a cabo por el ayuntamiento de València, y más en un caso tan grave. “Viven las mismas personas que estaban cuando ocurrió lo de Richard y Abraham. Las mismas. Ninguna ha salido de allí, siguen en esa situación tan lamentable“, reivindica.
Las visitas de los trabajadores sociales son periódicas y a muchos se les ha tramitado ayudas como la Renta Valenciana de Inclusión, según un informe del ayuntamiento al que ha tenido acceso este periódico. Pero esa intervención no ha parecido servir de mucho cuando se trata de las mismas personas que, nueve meses después, siguen en la misma situación de sinhogarismo y en condiciones de explotación laboral.
Aunque ya lo reivindicó con los fallecimientos, la Unión Africana vuelve a hacerlo. “Servicios Sociales saca pecho de un albergue para gatos que creó recientemente, pero tenemos decenas de temporeros en la calle malviviendo en condiciones de miseria y ni siquiera se ha planteado en el consistorio hacer algo con eso. Tenemos albergues para gatos, pero no albergues para personas”.
Fuente: Levante EMV