El mito de la meritocracia

Me he criado rodeada de enfermeras sin titulación. Me he rodeado de personas que han hecho de mí lo que soy hoy: siempre me digo a mí misma que la totalidad de lo que soy nunca es exclusivamente debido a mis experiencias y mi formación, sino que también es resultado de los pedacitos que me conforman como consecuencia de las relaciones con las personas de mi entorno.

Mis madres, mis tías, mis hermanas, mis primas, todas las mujeres que me han rodeado en mi vida han cuidado de mí de manera profesional, sin remuneración y sin titulación. También mis hermanxs de la comunidad y mis amigxs. Mi admiración por las enfermeras parte de la profesionalización de los cuidados que me han mantenido viva hasta este momento: el momento de mi graduación. Cuidados de mi gente, con el corazón abierto y la mano extendida. No sería justo decir que este es mi momento porque no es cierto. Cada una de vosotras ha sostenido con una parte de vuestro ser este título y ha hecho que sea posible palparlo. Esta graduación es nuestra, de todas nosotras.

Es de nosotras, las que desde pequeñas hemos crecido sin una figura paterna y hemos visto a nuestra amatxu (madre) en situaciones desesperantes y realmente arduas de vivir.

Mi madre es uno de los pilares fundamentales en mi vida. Es una mujer nigeriana, migrante. Desde que tengo conciencia, ha luchado y hecho todo lo posible por mantenernos a mis hermanas y a mi a flote, a veces hasta olvidándose de sus necesidades más básicas. Se ha encargado de que tengamos siempre un plato de comida en la mesa y de que tengamos la mejor formación posible, de educarnos en los valores de nuestro pueblo (Yoruba, Nigeria) y de acercarnos a la realidad de nuestro país de origen, aun habiendo nacido en la diáspora del continente africano.

Si de verdad existiera la meritocracia, esta idea de que las personas, cuanto más se esfuerzan y mayor talento tienen, mayor movilidad ascendente social tienen o mayores ingresos tienen, mi madre probablemente sería la reina del mundo. Y como mi madre, muchísimas mujeres africanas migrantes que perseveran para darles lo mejor a sus hijxs en países totalmente desconocidos para ellas. Obviamente, la meritocracia no existe, promueve una estructura individualista en la que los colectivos y la vida comunitaria no forman parte del apoyo ni de los logros, e ignora los privilegios de base que suponen tener una ventaja de partida, al justificar el éxito profesional con el esfuerzo propio, y no con que en tu casa se lea o tengas libros desde pequeñín, o con que tus xadres tengan una fuente de ingresos económicos estables para proporcionarte lo que necesitas sin problemas (ropa, comida, casa, clases particulares, etc).

Lo que sí existen, son personas que se esfuerzan por lograr escapar de la precariedad, personas que a pesar de todas las trabas administrativas racistas del sistema del Gobierno del Estado español, a pesar de haber tenido que vivir algún día con ni un euro en el bolsillo, a pesar de criar solxs a sus hijxs, a pesar de haber sufrido racismo y burlas, en las instituciones donde han ido a formarse, a hacer cursos o a informarse de algún trámite, a pesar de no entender el idioma del país en el que viven, han resistido. Esta es mi madre. Una mujer admirable, honesta, amable y tremendamente perseverante. Es fuerte, luchadora, pero también es vulnerable y sensible. Y la amo por eso.

Es de nosotras las personas africanas, las negras, las mujeres, las de géneros marginados, las pobres, las hijas de migrantes eternamente extranjerizadas por este Estado social y burocráticamente. Es nuestro, nos debemos este éxito en comunidad porque el puesto que yo pueda ocupar como enfermera, va a servir para mejorar nuestras condiciones en la medida de lo posible.

Por todo lo dicho anteriormente, estoy enormemente agradecida, a la comunidad negra, africana y afrodescendiente en el Estado, a las personas que me han apoyado (conociéndome o no), a las que me han regalado su tiempo, y a las personas de las que he aprendido. Pero también estoy agradecida a mí, por todas esas noches de estudiar sin dormir, por los momentos de estrés y ansiedad ante la voluminosa cantidad de trabajo que he llegado a tener, por los momentos de bajón existencial en lo que mi salud mental pendía de un hilo dada la cantidad de agresiones racistas que podía vivir en un solo día de prácticas en el Hospital Universitario.

Por los momentos en los que combinar trabajo con estudios se me hacía cuesta abajo. También por esos Octubres infinitamente estresantes de todos los años en los que me tocaba pagar la primera parte de la matrícula, la más cara, a pesar de ser becaria, situación que me impedía concentrarme por completo en los estudios. Me reconozco mis esfuerzos y me los agradezco también como forma de sanarme y de disculparme con mi cuerpo por todo lo que he pasado estos años.

Wow. Pensé que este momento nos quedaría grande, lejos y mira donde estamos. A todas, gracias y enhorabuena.

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