¿Es posible una filosofía desde los márgenes? Repensando estrategias antirracistas en la academia

Cuando pensamos en el origen de la filosofía nos remitimos general e irremediablemente a Europa, donde pareciera que la civilización griega es quien puede ostentar ser la cuna de la filosofía y en general, cuando estudiamos el desarrollo de distintas prácticas filosóficas, difícilmente esos conocimientos son descentralizados de ese lugar. Es por eso que busco abrir el debate a dos preguntas: en primer lugar, si las producciones de individues con identidades disímiles al sujeto hegemónico creador de la filosofía, llamado andros desde las epistemologías feministas, pueden ser en definitiva consideradas producciones filosóficas y si llegara a ser posible, por qué hacer filosofía desde ese lugar. 

La idea de filosofar desde la abstracción, de discernir objetivamente y contestar a las grandes preguntas filosóficas desde un supuesto no lugar, ha estado presente a lo largo de la historia de la filosofía, del mismo modo en que se ha negado el que estamos atravesades por identidades que condicionan nuestra mirada del mundo y que esas posiciones que ocupamos en las distintas estructuras, modifican también la probabilidad de que seamos leídes o escuchades, ambos factores que han determinado significativamente quienes pueden o no hacer filosofía. Durante muchos siglos, parecía que el único sujeto habilitado para este ejercicio era el andros: varones blancos cisheterosexuales, de clase media/alta, capacitados, occidentales y del Norte Global, fueron quienes por muchos años configuraron aquello que hoy nombramos cuando decimos estudiar filosofía. Cualquier producción que se saliera de esta normativa, difícilmente era considerada como una práctica filosófica. 

Hoy sin embargo, algunas cosas han cambiado. Es posible pensar en identidades que no encarnan el andros que hacen filosofía. De igual manera, cada vez parece más evidente que nuestro lugar en el mundo influye notablemente en cómo podemos llegar a concebir todos los asuntos que hemos considerado propios de la filosofía como la ética y la epistemología, por ejemplo. 

Particularmente, me parece interesante subrayar cómo las identidades que estamos por fuera de aquello que por siglos fue el canon del filósofo, podemos llegar a construir y gestar distintas prácticas filosóficas. Por lo que especialmente y en una propuesta por decolonizar nuestras prácticas filosóficas, es importante preguntarnos por ¿qué lugar existe para otros modos de pensar estos grandes problemas? ¿Qué rol toman los modos de pensar ajenos a las dinámicas eurocéntricas instauradas? ¿Qué determina si una práctica es filosófica o no lo es? ¿Es acaso el deseo por responder a interrogantes considerados filosóficos? ¿O son los métodos mediante los que pretendemos dar respuesta a esos interrogantes? Si aquello que determina si algo es o no filosofía es, en esencia, la pregunta filosófica, habría lugar para considerar una construcción de nuestras maneras de filosofar mucho más diversa y heterogénea, que no deje por fuera el cómo responder a estas preguntas desde perspectivas negras e indígenas, por ejemplo. Si por otro lado, aquello que demarca el ser de la filosofía son los métodos filosóficos, difícilmente habrá lugar para construcciones diferentes a las eurocéntricas. Pues evidentemente, en el segundo caso, aún sería factible que quienes nos configuramos por fuera de los marcos normativos blancos, occidentales y eurocéntricos del sujeto que hace filosofía, podamos llegar a tener prácticas filosóficas. Lo problemático es que irreparablemente tendríamos que seguir sus métodos, perpetuando de alguna manera la racialización y jerarquización sobre nuestros conocimientos ancestrales, que han sido históricamente relegados del corpus filosófico, producto del racismo epistémico. 

Por otro lado, si entendemos la diversidad de miradas e identidades como una manera de enriquecer la filosofía, es necesario cuestionar a su vez los métodos propios de esta disciplina y abrir el espacio a maneras distintas de llevar a cabo nuestras prácticas filosóficas, pues estos métodos también son parte de una construcción androcéntrica. La apuesta por una filosofía antirracista y decolonial, no puede satisfacerse a sí misma con la mera inclusión de personas racializadas, siguiendo las mismas lógicas instauradas desde una filosofía históricamente blanca y europea. Es fundamental que en esa búsqueda incesante por objetar los grandes interrogantes de la filosofía, sean tenidas en cuenta no sólo otras voces, sino otros modos plausibles del quehacer filosófico y que, al ser integrados estos otros modos, lo sean bajo ninguna clase de jerarquización. 

Concebir una filosofía que sea determinada en tanto las preguntas filosóficas que la constituyen y, no sólo de acuerdo a los métodos y pautas exclusivas de la profesionalización de la filosofía, significa más que una integración parcial de autores y auotoras que no congregan los absolutos privilegios del andros. Se trata de una actividad mucho más profunda, vinculada a la búsqueda y recuperación de autores y autoras que han buscado dar respuesta a las preguntas filosóficas desde marcos y cosmologías diferentes. Es un desafío por descentralizar aquello que consideramos filosofía, abriendo paso a otras prácticas, como prácticas filosóficas posibles. Si los métodos y las pautas de circunscripción siguen siendo las mismas, difícilmente las voces que han sido acalladas en la filosofía, podrán ser reparadas.   

Respecto a la pregunta, por qué hacer filosofía, vale la pena cuestionarse por qué hacer filosofía desde los márgenes, por qué vale la pena que quiénes nos anteponemos de una o múltiples maneras a la regla androcéntrica llevemos a cabo prácticas filosóficas.  Hacer filosofía desde estas identidades inhabilitadas por siglos, podría denotar una reducción en los sesgos androcéntricos, atravesados por la idea de hablar desde ningún lugar. Comprender que ese ningún lugar, en realidad representa el lugar del absoluto privilegio, es el primer paso para apostar por una filosofía desde múltiples lugares. Una disciplina interesada en reivindicar su origen en un lugar que no sea exclusivamente Europa, con filósofes que no sean necesariamente varones blancos, cisgénero y heterosexuales y con pautas y métodos específicos del ejercicio de filosofar, que no sean producciones exclusivas de estos sujetos particulares. 

Una filosofía que, así como descartó y jerarquizó otras maneras de argumentar, de cuestionar, de conocer y de concebir el universo que habitamos, se impugne a sí misma sobre sus propios métodos y sus propios procedimientos, que lejos de darse desde la abstracción, constituyen una visión particularísima del mundo, ajena a la pluralidad que conforma la diversidad de identidades de quienes de algún modo u otro han intentado rebatir las grandes preguntas de la filosofía. 

Una reflexión de Alejandra Pretel

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