Gloria Orwoba fue expulsada del Parlamento en febrero por una mancha de regla, en un país donde el 65% de las personas menstruantes NO pueden pagar sus productos de cuidado menstrual. Ahora, ella trata de sacar adelante un proyecto de ley que combata esta carencia.
Gloria Orwoba dice que cuando se bajó del coche, vestida de traje blanco, se dio cuenta en seguida de que iba manchada de sangre. Era febrero de este año, acababa de llegar al Parlamento de Kenia, donde sirve como senadora del gobernante Partido de la Unidad Nacional (UDA) desde el año pasado y su primer impulso fue darse la vuelta e ir a casa a cambiarse. Cambió de idea: al fin y al cabo, llevaba años luchando contra la pobreza menstrual, es decir, la incapacidad de pagar por compresas, tampones o copas —algo que afecta al 65% de las personas menstruantes kenianas, a pesar de que este país fue el primero del mundo en retirarles el IVA— y contra lo que llama “estigma de la menstruación”, la vergüenza de reconocer la existencia de la regla. Así que entró en el Senado, donde varios trabajadores le dieron el típico aviso que le han dado a muchas mujeres: “Cuidado, que llevas manchado el pantalón”.
Aunque algunos medios aseguraron que “el incidente”, como ella lo denomina, era en verdad una performance, Orwoba jura y perjura en la oficina donde trabaja con una ONG y gestiona un banco gratuito de compresas con donantes particulares, que fue totalmente accidental. “Llevo años diciéndole a las niñas que no se avergüencen. Así que me costó, pero pensé: hay que estar orgullosas de la regla, como le digo a las chicas. Decidí seguir adelante y entrar en el Senado, aun sabiendo que me metería en problemas”. Al cabo de menos de una hora la expulsaron tras un rifirrafe en el que otra parlamentaria la acusó de incumplir las normas de vestimenta. Orwoba no fue a casa a cambiarse, sino que se dedicó a hablar con los medios a la salida y luego se fue a repartir compresas, como hace desde hace algunos años, a una escuela. La imagen de su pantalón manchado de rojo circuló por medios y redes sociales de todo el mundo.
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Pregunta. Cuando se conduce por Nairobi es fácil encontrarla en vallas publicitarias, con una camiseta que reza: “Todo lo que tú haces yo lo puedo hacer sangrando”. En ellas anuncia que quiere acabar con el “period shaming” (estigma menstrual). ¿Qué quiere decir?
Respuesta. El hecho de que una niña o una mujer se avergüence de la menstruación, que crea que es algo que debe ser escondido, algo sucio, pecaminoso. Es lo que me pasó en el Parlamento, cuando me dijeron que me tenía que ir y cambiar de ropa. ¿Por qué? Porque incomoda, porque es algo que no debe ser visto.
P. También hace campaña contra la pobreza menstrual.
R. Ambas cosas están muy conectadas. Por ejemplo, cuando las mujeres en Kenia no pueden permitirse las compresas de usar y tirar, recurren a las reutilizables. Pero a menudo no pueden lavarlas bien ni secarlas, no tienen la privacidad de un cuarto de baño propio y no las tienden para que no las vean la familia, los vecinos. Así que es un problema, porque no es higiénico usarlas. Otro ejemplo: escondemos las compresas cuando vamos al baño, nunca verás a una mujer trabajadora con un tampón visible encima de la mesa. Si no hubiera estigma, las niñas podrían acudir a alguien y decir: “No tengo compresas. ¿Me puedes ayudar?”. Hasta que acabemos con esa mentalidad, seguirán sufriendo tratando de apañarse durante la regla.
P. ¿Cómo es la situación de una mujer que no puede permitirse comprar productos de higiene menstrual en Kenia?
R. Si alguien vive con un dólar (90 céntimos de euro) al día, puedes estar segura de que no podrá pagárselos. Ahora mismo el paquete más barato de compresas cuesta unos 48 chelines kenianos (unos 30 céntimos de euro). El 65% de las kenianas no pueden pagarse las compresas o los tampones, según algunos estudios. Y, si no pueden pagárselos, tienen que encontrar una forma de lidiar con ello. Así que hay chicas que venden sexo a cambio de que se los compren. Muchos se aprovechan de su vulnerabilidad. También vemos familias que casan a sus hijas muy pronto para quitarse de encima la carga económica, que en el caso de las adolescentes es en gran parte estos productos básicos. En otros casos, las niñas usan materiales que no son seguros para absorber la sangre: trozos de esponja, retazos de manta o de tela. Y en otros, simplemente, tienen que quedarse encerradas en casa durante cuatro, cinco, seis días. Es una especie de pandemia silenciosa: como no se ve, parece que no existe.
P. Kenia fue el primer país del mundo en quitarle el IVA a los productos menstruales, en 2004 y también ha retirado los impuestos a la importación de materiales para hacer compresas. Pero el problema de la pobreza menstrual sigue.
R. Quitar el impuesto a la importación fue un error, se abrió el mercado a productos de fuera, especialmente China y no se resolvió el problema. Los fabricantes locales tuvieron que cerrar por no poder competir. Y mientras tanto, muchos importadores trajeron productos de baja calidad con altos márgenes de beneficios.
P. La ley en Kenia dice que las niñas en edad escolar deben recibir productos menstruales gratis.
R. Sí, el Ministerio de Educación debe repartirlos, pero no hay un mínimo que debe distribuir ni con qué frecuencia, ni está establecido cómo se mide que el sistema está funcionando. Es una ley muy genérica. Por eso yo impulso un proyecto de ley, para que la distribución esté en manos del Departamento de Estado de Género, para que el reparto sea cada trimestre y para que quienes provean los productos sean fabricantes locales. Si conseguimos que las compresas se vuelvan a fabricar aquí, confío en que podemos bajar el precio a 35 chelines (unos 22 céntimos de euro).
P. En 2019 una tragedia relacionada con ese estigma del que hablaba conmocionó a Kenia y a otros países africanos: una chica de 14 años se suicidó tras ser acosada en la escuela por mancharse el uniforme.
R. Con este proyecto de ley queremos también rendirle un homenaje a esa niña. Lo que le pasó es lo peor que puede pasarle a una chica que no puede pagarse las compresas.
P. ¿Qué opina de las campañas para distribuir compresas reutilizables en países en vías de desarrollo?
R. Creo que hay que hacer innovación de forma progresista. Sobre las compresas reutilizables tengo dos peros: uno, los problemas de higiene derivados de la vergüenz y el segundo, es que nos devuelven de alguna forma al pasado. Yo viví en Europa y no he visto tal presión por usar compresas reutilizables. Sí hay una tendencia a usar la copa menstrual, que es innovadora —pero un paso adelante para el que culturalmente muchas no estamos preparadas en África, como con el tampón—Pero ¿por qué no podemos buscar soluciones innovadoras, baratas y sostenibles para las africanas, que no pasen por lavar nuestra propia sangre?
P. Algunos dirán que este problema de la pobreza y el estigma de la regla es importante, pero no tan grave como otros que afectan a Kenia.
R. A mí me han dicho que mi proyecto de ley no debería llegar al Senado, que esta es una norma estúpida, una pequeñez, que no vale la pena y yo les recuerdo a todos los legisladores que la menstruación es el comienzo de la vida, que no pueden ignorarnos. Todos están aquí por una falta de regla [se ríe], y no quieren hablar de la regla. No quieren lidiar con ello.
P. Usted creció solo con su padre y eran cuatro hermanas. ¿Cómo se vivía lo de la regla?
R. Era un poco incómodo al principio, pero mi padre fue aprendiendo con el tiempo que no debía esperar a que le fuéramos a pedir que nos comprase las compresas. Cuando íbamos al supermercado decía: “Ahora, todas a buscar lo que necesitéis”. Éramos privilegiadas porque podíamos pagarlas, pero no me puedo imaginar cómo debe ser de duro para las niñas de familias sin dinero.
P. ¿Están las jóvenes hoy mejor informadas sobre la menstruación?
R. Por supuesto, la educación ha evolucionado, muchas familias hablan más abiertamente del tema. Y muy importante, las chicas tienen la información más accesible con internet. En nuestra época hablábamos entre nosotras, oíamos historias y teníamos que discernir cuáles eran de verdad.
P. ¿Se define como feminista?
R. No, porque aquí tiene connotación negativa. Digo que soy una activista de los derechos de la mujer, que es lo mismo. Pero en Kenia, si dices que eres feminista, te tachan de alborotadora.
Fuente: El País