Tal como sugiere Oyèrónké Oyèwùmi en su obra “La invención de las mujeres, una perspectiva africana sobre los discursos occidentales de género”, las categorías de raza y género son dos de los pilares más importantes en el marco del Sistema Mundial. Ambas heredadas bajo el yugo colonialista, sirvieron a Europa para consolidarse a sí misma como la hegemonía cultural, afectando profundamente las instituciones, las categorías sociales y los sistemas de valores de los territorios y pueblos colonizados, quienes no sólo sufrieron la violencia explícita del colonialismo, sino también la violencia oculta detrás de los procesos de exterminio cultural y asimilación.
Respecto a la raza, su imposición significó la diferenciación en términos de fenotipos y rasgos físicos, y la jerarquización de esa diferencia, la cual también se instrumentalizó para justificar la explotación, esclavización y agresión de todo aquello que se saliera de la normativa europea y blanca.
Mientras que el género, más que servir para defender y atribuir roles específicos de subordinación en el período colonial, significó la instauración de un modelo específico de familia nuclear; además de la naturalización y reglamentación de un sistema binario, cisgénero y heterosexual, que se propone como universal. La imposición de entender el género desde esas miradas blancas y europeas, negó el carácter social y cultural de esas perspectivas, para presentarlas, más bien, como universales y naturales.
Las percepciones divergentes en cuanto al género por parte de pueblos no blancos fueron interpretadas bajo un marco colonial que terminaba por garantizar necesariamente, la correspondencia entre estas consideraciones sobre el género y las occidentales, ya sea siendo interpretadas bajo las lógicas eurocéntricas y blancas reduciendo su carácter anti-colonial o siendo estigmatizadas y perseguidas como percepciones ahistóricas, incivilizadas y carentes de sentido.
Algo que sucede comúnmente desde los feminismos blancos y masificados, quienes, en el afán de desarrollar una agenda común y global, olvidan los privilegios que incluye la categoría “mujer” a secas, así como su origen situado y particular que en busca de gestar esta agenda en común, ha sido tomado y asumido como un modelo, a pesar de responder a determinado orden social.
Gracias a esto, la mayoría de la teoría feminista se centra en estudios de la familia nuclear –que es una concepción blanca y europea– la cual, así como el género y la propia categoría de mujer, se advierte como fija, inmutable y universal. No obstante, la familia nuclear sigue siendo un modelo ajeno en el continente africano (a pesar de los intentos en el marco de la colonización y la neo-colonización por establecerlo).
Por otro lado, en Occidente, especialmente respecto de la femineidad/masculinidad blanca, sugiere una de las divisiones más relevantes por motivos de género: la división entre lo público y lo privado. Al condenar a la mujer al espacio doméstico, acaba reduciendo su identidad a la categoría de esposa y madre, una relación que está ausente tanto en los pueblos africanos, como en las dinámicas de género de las mujeres no blancas.
En este sentido, Oyèwùmi toma como punto de partida a la familia nuclear occidental para exponer cómo fue osadamente universalizada y, además cómo las sociedades yorubas (específicamente del sur de Nigeria) responden a un tipo distinto de organización familiar, que según su perspectiva es ajena al género.
En la familia tradicional yoruba ni las relaciones de parentesco ni las categorías de esas relaciones son dependientes del género, aunque sí lo son de la senioridad, que es un sistema contrario al edadismo, beneficia a las personas con mayor edad dentro de una comunidad.
Precisamente, el que la edad sea la categoría que determina las relaciones sociales, hace que estas puedan ser flexibles y dinámicas, mientras el género se presenta como invariable y rígido. Ejemplo de ello es que en la lengua yoruba la manera en que se nombran relaciones de parentesco corresponde con la edad de la persona y no con su género específico, como sucede en la mayoría de las lenguas europeas.
Incluso, las categorías de esposo y esposa (oko e iyawo) no son dependientes del género, pues su distinción reside en quién es de la familia por nacimiento y quién lo es por matrimonio. Esto no quiere decir que las relaciones de parentesco no estén de alguna manera jerarquizadas, significa que esa jerarquización es variable, es ajena al género y, además que tanto la jerarquización como la categoría que la permite es también mutable, aunque eso no represente necesariamente que no existan relaciones de poder dentro de estas dinámicas.
Justamente, estas diferencias sustanciales en cuánto a lo que comprendemos por género, así como todas las relaciones que están sumergidas en él, representan una dificultad enorme para un movimiento feminista que pretende adquirir un carácter universal y monocultural.
En la misma línea estas diferencias también sustentan la idea de que efectivamente existen modos de pensarse el género más allá del paradigma occidental y también que esas maneras fueron perseguidas, aniquiladas y sustituidas por un modelo colonial, arraigado en la diferencia racial.
Una reflexión de Alejandra Pretel