“Paciente, paciente, y no te desesperes…”
Una nena de 6 años trata de respirar profundo para controlar el fuego que le arde por las venas porque sabe que no merece lo que le hicieron, ni tampoco que le demonicen por lo que siente y cómo reaccionó.
“…si no eres paciente, preocupación te viene…”
Se traga el nudo que tiene en la garganta y las lágrimas que amenazan con escapar de sus temerosas pupilas mientras canta la canción que le enseñó su abuela para controlar el coraje.
“…recuerda, recuerda, que Dios paciente es..”
Quizás Cristo no era Dios hecho hombre, sino una nena negra.
“…,no olvides que por ti, otros paciencia han de tener…”
Si tan solo eso hubiese sido cierto. ¡Qué mucha paciencia le demandan a aquelles a quienes nadie les tiene clemencia!
Para propósitos de este escrito, se estará hablando de una relación de opresor-víctima para enfatizar el hecho de que el opresor es el abusador de la víctima. La violencia a la que hemos sido sometides es abuso a nivel sistémico. También funciona para resaltar que el abuso no es más que una extensión del sistema opresivo aplicado a las relaciones interpersonales.
El abuso ha sido significado como algo que solo ocurre a pequeña escala en casos excepcionales y enteramente individuales. Sin embargo, las estadísticas dejan claro cada vez más que esto ocurre regularmente a una muy grande escala y es sumamente común. El abuso es una cuestión de comunidad y sistema, no una anomalía.
Vivimos en una sociedad donde la rabia es algo negativo y la violencia es condenada. La rabia altera los sentidos cual droga hayan decidido demonizar para criminalizar a les pobres esta década. El coraje hay que controlarlo porque es salvaje y primitivo. Sin embargo, el Humano puede destruir a diestra y siniestra sin que afecte su carácter moral. Su humanidad sigue intacta. Bien se podría decir que, ontológicamente, la rabia que sienten las víctimas es diferente a la rabia del opresor.
Yendo más allá, el opresor no necesariamente necesita tener coraje para ejercer violencia. La violencia del opresor viene de reconocer el poder que tiene y saber que puede usarlo para su ventaja. La violencia es una estrategia de dominación para mantener a les oprimides a su servicio.
La rabia que pueda experimentar el opresor viene de sentir que se le está faltando el respeto cuando su víctima se percibe a sí misma y a su abusador como iguales. El coraje y la violencia que desencadena en este caso como medida disciplinaria es por dos (2) cosas:
- Saber que está perdiendo el control porque nadie que se sienta como une igual va a permitir que le subyugen.
- Percibir un ataque directo al centro de una cosmovisión occidental en donde este no tiene una mayor importancia moral a todes y todo lo que explota.
Ambas cosas le provocan mucha ansiedad al opresor. El coraje del opresor viene del miedo, mientras que el coraje de la víctima viene de dolor e indignación. Mientras haya rabia en la víctima, hay indignación y, mientras haya indignación, la víctima tendrá sus ojos abiertos al hecho de que merece cosas mucho mejores que las que está experimentando.
Merece vivir, no solo sobrevivir. Es por eso, entonces, que el opresor apacigua el coraje de la víctima a fuerza a primera instancia del terror, pero primordialmente, de la culpa y la vergüenza. El opresor engaña a su víctima y le hace creer que está mal. Emplea uso de de la herramienta de la locura que el colonialismo tanto venera. Le ha ganado muchas grandes guerras sangrientas. A les demás les costó el fundamento de la vida, el verdadero aliento, la libertad.
El coraje es demonizado desde la iglesia como institución, desde la psicología y desde el ámbito político. Se dice que un debate se pierde automáticamente tan pronto una de las partes muestre enojo. Esto es una forma en la que normalizamos dinámicas donde las víctimas se pintan como irracionales por tener reacciones a la violencia del opresor.
Este sistema prefiere ver a la víctima muerta que encabroná’ y no solo es solo una forma cruel de ver las cosas, sino que sirve un propósito; que la víctima muera víctima.
“Sangre de africano, de esos que se enojan…”
En la modernidad, la rabia ha sido adjudicada a un grupo en particular. Frases como “odio africano” (queriendo decir sentimientos fuertes de resentimiento considerados irracionales o fuera de control) son populares y es muy poca la gente que lo cuestiona.
Cuando protestamos por nuestro derecho a la vida y la libertad, cuando ya ni aguantamos más que nos aplasten, nos humillen y nos quiten a les nuestres, cuando nos hartamos y decidimos prender al mundo en fuego, ahí nos dicen que así no se protesta, que con la violencia no se va a lograr nada.
Pero, si esto fuera cierto, ¿por qué quienes nos oprimen le ponen tanta energía a decirnos que hagamos las cosas de manera pasiva? La Revolución Haitiana fue una violenta y fue lo que logró la primera república independiente y libre de esclavitud en las Américas. Eso dejó a los colonos temblando e invirtieron mucho tiempo, dinero y fuerzas en demonizar al pueblo haitiano, en particular porque elles no solo querían la libertad para sí mismes, sino para todes les que compartían su misma opresión.
Si la violencia y el coraje no tienen una utilidad para liberarnos, ¿por qué quienes nos quieren en cadenas le tienen tanto miedo a que las usemos? Y, tal vez más importante, ¿por qué nos seguimos comiendo el cuento de que tenemos que hacer las cosas de forma aceptable para quienes nos explotan cuando de elles mismes es que nos estamos tratando de librar?
Los estereotipos sobre la agresividad de la gente africana tanto en el continente como en la diáspora corren rampantes y remontan a la esclavitud. Desde el antirracismo se ha pasado mucho tiempo argumentando que el estereotipo de la persona negra agresiva, representada casi siempre como pobre y de barrio, es violento y un mito. Ciertamente hay un alto nivel de violencia en ello y las intenciones con las que se propaga no son menos que depravadas. Sin embargo, al examinar los orígenes de estos estereotipos, quizás se pueda pensar en la posibilidad de reclamar la rectitud y fuerza revolucionaria de sus principios.
En Puerto Rico un término peyorativo muy común para personas que actúan “sin clase” y que son de barrios, parcelas o residenciales públicos es la palabra “cafre”. En su comienzo, esta palabra era utilizada por los españoles para referirse al grupo étnico africano de los jelofes (wolöf). Su carga negativa y su asociación con la bajeza moral y la violencia vienen porque este grupo era conocido por rebelarse, razón por la cual los españoles dejaron de traer gente de este grupo como esclaves rapidamente. Eventualmente esto comenzó a aplicarse a la gente negra en Puerto Rico en general y un buen ejemplo de esto es un poema de Luis Palés Matos donde describe con desdén pasar por una comunidad africana en la isla y utiliza la frase “sus labios cafres” para describirles.
Es fácil ver la relación entre la indignación que llevaba al pueblo jelofe a la rebelión y la carga negativa del término que se utilizaba para describirles. Si bien es cierto que las personas afrodescendientes no son más agresivas ni más violentas que el resto de la población, también es cierto que las circunstancias en las que vivimos nos obligan a tener que defendernos, a cargar un nivel de rabia para poder demandar el respeto que a la fuerza siempre se nos arrebata. Y cargar esa rabia no es una falta moral. Una figura distorsionada históricamente que es de mucha relevancia para la diáspora africana y la gente yoruba en el continente es Changó (o también Sangó, entre otras formas de escribirlo).
Changó es un orisha en el sistema religioso indígena del pueblo yoruba y sus descendientes en la diáspora que representa el trueno y la lluvia. Sus colores son el rojo y el blanco, es un guerrero y se asocia con la furia. Debido a esto, es uno de los orishas con peor reputación para el opresor.
Mucha gente entiende que la rabia de Changó viene del vacío y no tiene un blanco fijo, sino que arrasa con todo lo que tiene en el medio. Pero Changó es uno de los orishas que fue una figura histórica también. Como rey Changó no permitía las injusticias ni dejaba que nadie se quedara sin un lugar donde dormir. Changó es el orisha de los abandonados, Changó busca justicia. La rabia de Changó viene desde la indignación y es una rabia transformadora. Tiene razón, meta y propósito.
Todo esto para decir que ser parte de aquelles que se enojan es tener dignidad y creer que el cambio es posible. Nuestra rabia es optimista y anda siempre en búsqueda de un futuro mejor.
“Adiós, que me voy…”
Sin la libertad no se vive. Quizás sea por eso que cuando tenemos que huir para ser libres respiramos más rápido y más profundo. Nuestres ancestres cimarrones tenían libertad entrando y saliendo de sus pulmones mientras la furia que tanto detesta el opresor les daba la fuerza para seguir los pasos a lo que sabían que era su destino. Llevamos muchos más años de los que hemos vivido en esta vida aquí. Nuestros cuerpos llevan todas las encarnaciones que tuvimos antes cuando fuimos nuestres ancestres.
“Ni perdón ni olvido”.
Traen rabia de siglos de injusticia y mientras nos sentamos sufriendo porque el mundo sigue igual que fue hace 50 años, igual que en el siglo 15 y 13 siglos antes de eso en las caravanas que nos llevaban en cadenas por el desierto, nos dicen una sola cosa. Queremos justicia. Tocó la hora de correr como lo hacíamos cuando fuímos cazadores en nuestras tierras. Tocó la hora de unirnos y planificar nuestro regreso. Tocó la hora de volver y destruirlo todo para empezar otra vez.
Un texto de Jamaal Escarment