Alicia Méndez Medina: Una bayonera con fuego en la boca

Este es un homenaje en vida a Alicia Méndez Medina, escritora, cronista y periodista afrodominicana. Con tremendo ingenio, Alicia levanta las penas infligidas por la discriminación, el racismo y la exclusión, les limpia la sangre y el polvo y las dota de una ciudadanía universal, pues son historias que bien pueden pertenecer a cualquiera, ya sea como protagonistas o testigos.  

Es diciembre del 2022. El sol caribeño no sucumbe ante el invierno e irradia en las paredes blancas de la Avenida Hostos, en el pleno centro de la Zona Colonial de Santo Domingo. Nuestro punto de encuentro es una cafetería situada a pocos metros del Parque Duarte, donde –por cierto– nos conocimos dos años atrás. Hay una buganvilia frondosa, sus hojas magentas se esparcen en los adoquines grises del callejón donde está sumida la cafetería. En la isla, esa planta la conocen como Trinitaria y son muy pocos los que saben sobre las propiedades curativas de la misma. 

Alicia ha llegado tarde a nuestro encuentro. No me extraña y tampoco me molesta. He apartado una mesa donde la espero con la emoción asoleada. Al llegar toma asiento frente a mí. No se disculpa por el retraso, en su lugar, me cuenta cómo fue que tardó en salir de casa. No es una disculpa, es una historia y yo esperé por eso. Las disculpas no me gustan ni me interesan, en cambio, siempre estoy expectante por sus historias.

Alicia ordena un café y una cerveza. La mesera coloca sobre la mesa una botella fría color verde con etiqueta Presidente, reparte el líquido en dos vasos. Así empezó todo, y cuando digo todo me refiero a aquella madrugada del 01 de enero de 2020, semanas antes de que la historia de la humanidad cambiara por completo. Me refiero también a la primera vez que leí un escrito de Alicia y comencé a enviciarme con el Santo Domingo de esas historias; una isla ruidosa, con atajos y escondrijos, una isla que siempre grita y huele a grajo; una isla viva. Así empezó, con la ecuación simple: plática, cerveza, un calor que reptaba por nuestro cuerpo y el intercambio de tips para encontrar vestidos baratos en los montones de ropa de segunda mano de la Avenida Duarte con París.

Mi nombre es Alicia Méndez Medina

—Yo, primero, no sé qué fue primero. Yo soy activista, siempre he sido activista. He sido parte de procesos sociales y culturales desde muy temprana edad. Creo que, en el calor de los grupos, de las luchas sociales, de las inquietudes que se me generaron, empecé con la necesidad de escribir. Yo estudié Teatro en la Escuela Nacional de Arte Dramático y creo que la experiencia de haber estado en un espacio tan clasista, tan racista, me generó esa necesidad de contar la experiencia. Yo vengo de un barrio que se llama Bayona, en Santo Domingo Oeste, en Herrera, que es un barrio negro de personas afro. 

Haber entrado a la academia en la universidad, estudiar periodismo. Pensaba en escribir. Hablaba de escribir, pero no escribía, hasta que entré a la universidad y empecé como con este trabajo de formación, luego entré a la Escuela de Teatro y estudié teatro con mención en dramaturgia, y ahí comenzaron a darme técnicas de escritura y empecé como a articular todas esas inquietudes que yo tenía con mi vida, con la vida de mi familia, que también viene de la marginalidad. No de la marginalidad activista de la gente que lo expone con orgullo, sino de una marginalidad fea, rampante, de los desalojos forzados, de la discriminación racial; de la marginación que hasta el día de hoy existe. 

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Bayona, ¿Qué es Bayona? Es uno de los barrios conurbados más antiguos del sur oeste de Santo Domingo. Siglos atrás, en el XVI para ser precisa, de los muros de piedra coralina del Ingenio de Engombe y las mansas corrientes del Río Haina que movían los molinos. Personas negras, sometidas por la ambiciosa producción de caña de azúcar, escaparon y erigieron los primeros sectores de este barrio. El profesor Varela, un hombre mayor que usa lentes con armazones negros de resina, con cabello y barba blanca, dice “y es en Bayona donde nace la semilla de la independencia pura y simple de lo que hoy conocemos como la República Dominicana […] Hoy Bayona exhibe una fábrica de cervezas, fábrica de blocks, supermercados; la remodelación de la Iglesia de Inmaculada Corazón de María, antiquísima, la más antigua. La primera escuela primaria Esteban Martínez, remozada, ampliada con canchas y otras facilidades. También, el play Rafael Jiménez, quien donó los terrenos –hacendado de la época– el play más importante de donde han surgido figuras importantes. Así es Bayona. Pasados los años, y con el aumento poblacional, este barrio continúa albergando lo que el nacionalismo dominicano tanto desprecia, la negritud.

Entonces, yo escribo desde ahí, desde la marginalidad, desde el pasado, desde el presente, desde el futuro. O sea, tratando de construir un futuro. Esa utopía, ese futuro que queremos es lo que a mí me ha motivado a ser activista, a escribir, a tratar de contar ese pasado racializado y del que una sentía vergüenza en algún momento. Escribir es como una especie de acto de liberación, por decirlo así.

— El Santo Domingo de las crónicas, de lo que yo escribo, es una crónica poética. Son personajes que están vivos, son personajes cotidianos, son personajes comunes y corrientes del barrio, de las comunidades. Siempre, cuando se piensa en la ciudad, hay como unas evocaciones hechas en el aire. Estamos hablando de mí, de la casa que se quemó al lado de mi casa hace 20 años. Todas esas cosas están contenidas en lo que yo escribo porque estoy muy marcada por el contexto. Estoy muy marcada por mi barrio, por el desalojo forzado, por la migración, porque me crie en un barrio donde hay muchas personas migrantes haitianas que se mimetizaban con las personas negras del espacio. De hecho, por eso migraron allá, porque había mucha gente negra y era más difícil que entrara el camión de migración porque había muchas personas dominicanas negras que eran igualitas que las haitianas.

La radio para nosotres, en un momento, como en 1998 que hubo un huracán –el Ciclón George, que duramos dos meses sin luz, sin agua– la radio de pilas, Radio Guarachita, la bachata, la radio popular, era como parte de lo que nos hacía sentir que todavía había vida. Uno no había muerto con ese huracán. Murieron muchas personas, muches vecines, amigues, familiares, perdieron sus casas, perdieron sus vidas. Para mí, es muy importante contar ese pasado. 

Alicia ingresó a la Escuela de Teatro de Bellas Artes, algunos recuerdos son poco gratos. Su promoción se distinguía de otras, pues en su mayoría, provenían de barrios como Bayona. Antinaturalmente, fueron mirades con desprecio y más de uno rumió en silencio ¿por qué la gente barrial está aquí, estudiando artes? ¿quién les dejó pasar?

 —A partir de que yo entro ahí, yo empiezo a pensar en todos esos momentos donde yo no fui feliz y como hay una belleza en el fondo de todas las cosas, en el fondo de la vida, en la comunidad. No viendo la pobreza como «Ay, que pobres somos», sino como construyendo y tratando de tener una vida limpia, una vida nítida, sin victimización. Sí pensando en que el futuro era necesario y que había que buscar un futuro, pero también vivir del día a día, y tratar de que ese día a día fuera chulo, bacano. Un día a día que empezara a cobrar sentido. 

Cuando yo escribo siempre hay esa intención, de recrear ese pasado, buscar las cosas buenas de ese pasado. Tratar de pensar ese pasado en clave de hoy, y también como pensar el futuro y pensar qué queremos para el futuro porque en lo que yo hago el futuro es necesario. Sin el futuro no estaríamos aquí hablando. 

En el barrio siempre han existido las mujeres trans

No me había percatado de su nerviosismo hasta que presté atención a sus manos, temblaban un poco. Para disimular, daba sorbos al vaso de cerveza. Me parecía un poco increíble. A diferencia de otras veces, lo que hacía distinto este encuentro era el lugar, el horario y la grabadora de voz. En el 2020 solíamos encontrarnos todos los lunes por la tarde en “La Cafetera” con la única intención de beber y platicar extensamente sobre lo que nos diera la gana. No siempre estábamos de acuerdo, y eso siempre me ha parecido un buen augurio de las amistades valiosas. 

¿Cómo crees que ha sido retratada la dominicanidad en la literatura nacional? y ¿cómo se refleja esa identidad en lo que tú haces?

—Hay una verdad ahí. Hay algo que duele muchísimo, entonces, creo que la gente no quiere ir hacia lo que duele. La gente quiere decir ¡Ah! Yo hablo desde la marginalidad, pero, realmente no lo ven así. Hay unos delirios pequeñoburgueses, como dicen por ahí, de gente que quiere ser parte de una clase social, de una élite literaria de la que yo no quiero ser parte. Yo simplemente escribo como otras personas. Queremos contar, queremos decir y vamos a estar aquí siempre, pero, no es que queramos ser parte de la burocracia literaria. Si quisiéramos lo hubiésemos hecho, pero no es la intención. Hay otra cosa. Hay una necesidad de contar otras cosas que en la burocracia literaria no te lo van a permitir. Hablar del cuero, pero no del cuero que yo vi, sino del cuero con el que yo conviví. También hablar de la prostitución no como una maldición, sino como un estilo de vida en muchas personas. O sea, hay cosas de las que tú no puedes hablar si tú te mimetizas con el sistema. Es como que estamos hablando desde el lugar. Yo estoy hablando desde el lugar, también sabiendo que yo voy a estar en los bordes siempre, porque es cómodo. Es más chulo.

Siempre han existido las mujeres trans, mutando el cuerpo y lidiando con eso que las Ciencias Sociales definen como desigualdades estructurales. Habitan la parte pantanosa de un Estado transfóbico y aporofóbico. En los barrios se les ha visto siempre, montando estéticas, emprendiendo negocios, cuidando. 

—Nosotres no decíamos mujer trans, nosotres decíamos pájaros. En el abanico había uno que se llamaba “Papo”. Creo que yo quedé muy marcada por ese episodio: mi papá vivía en una comunidad que desalojaron, en lo que ahora es la autopista 6 de noviembre y ahí había discos, había cafeterías. Había una chica trans que iba mucho ahí, que vivía ahí en el patio. Un día la chica trans fue a mi casa, porque había alguien cerca y le vocea a mi papá ¡Morena, mi amor! Y mi papá dijo ¡Este maldito pájaro! Y yo me quedé muy marcada por ese episodio. Cuando yo veo a “Papo” –así se llamaba– con una falda, vestida como una mujer trans. Después de mucho tiempo hablo con mi papá y me dice «Papi yo era muy homofóbico, yo era una persona muy homofóbica cuando era adolescente porque a uno lo criaron con esos prejuicios». Son identidades que siempre han estado ahí, pero, que, de alguna manera, siempre han estado mediadas por el prejuicio. Las narrativas heterosexuales nacionalistas, por ejemplo, también el tema de las personas haitianas. Con les haitianes siempre hemos convivido. Yo no recuerdo un episodio de mi vida donde no haya una persona haitiana, sin embargo, hay esta narrativa de que nos están invadiendo.

Así es Bayona.

El activismo penitenciario 

Alicia tiene razón cuando asegura que siempre ha sido activista. Su naturaleza indisciplinada la ha salvado de los enemigos encubiertos del racismo. Un día, mientras impartía un taller de poesía con infancias en reclusión, la catarsis la trasladó a un pasado donde la exclusión reaparecía desfigurada. Se sintió alcanzada por el recuerdo de ese futuro del que logró escapar. Irreverente hasta para encarar el destino.

Haber ido a ese taller, haber generado el espacio, donde las chicas escribían y decían como empezaron a contar sus anhelos, sus necesidades, y cómo, el mismo barrio del que ‘tamo hablando; de los barrios que ‘tamos hablando, también empiezan a marcar situaciones, sobre todo, a las niñas. Las chicas hablan de abusos sexuales, de niñas que se enamoran de tígueres, de esas experiencias como prematuras, desde el hacinamiento, desde la sexualidad, de niñeces que son diversas a nivel sexual. Me quedé muy impresionada porque yo dije nuestres niñes negres, nuestras diversidades sexuales, están presas. Eso lo vi ahí, y quedé muy conmovida, porque realmente hace parte como del paisaje. Hace parte de todos esos paisajes que vivimos. Soy una sobreviviente del barrio. 

Esa experiencia en el reclusorio, me recordó que soy una sobreviviente como muchos otros y muchas otras y que una escribe, también, como para que la historia no se repita. Una escribe, también, para que la gente se sienta relevante, que se sienta importante y para yo también sentirme relevante e importante, y que mi experiencia, individual y colectiva, es una experiencia relevante e importante para la construcción de esta nacionalidad, que no es la nacionalidad que nos venden, de banderas y vainas, es otra vaina.

Malapalabra: la poesía del barrio.

A fin de cuentas, es cierto que cuando uno renuncia a los cánones legitimar la palabra es una lucha de largo aliento. Se convierte pues, en un proyecto de vida. La palabra, por sí misma, no es tan poderosa, llega a serlo cuando asume un propósito o cuando en un acto alquímico que se transforma en historias, en sucesiones que pueden ser acogidas por distintas manos. Así que, escribir desde el margen es reconocer el orgullo de que cierta estética literaria, por más perfecta que sea en su estructura, no puede acceder a la esencia de las cosas comunes, y la memoria, la resistencia al despojo se mimetiza ahí.

Malapalabra trata y está tratando de construirse como un espacio de encuentro de la gente del margen, de los márgenes dominicanos, marginales de los de verdad, sin pretensiones pequeñoburguesas. Simplemente un espacio en que podamos expresar, generar un encuentro entre gente común que le gusta el arte, que le gusta la literatura. Parte de la intención, no es sólo que yo declame, sino que haya también otras personas, que se puedan generar talleres para niños, niñas. Ya lo hemos hecho: talleres de guitarra, de música, de percusión, de literatura creativa. 

Es enriqueciendo el concepto que queremos construir: somos poetas, somos músicos, somos gente normal, común, por más que quieran desbaratar el proyecto no lo van a hacer, porque eso está sembrado en la tierra, como una yuca. Malapalabra es eso, es espacio de continuidad de lo oral. 

Los personajes de las historias que narran son reales y, encontrarlos, ha implicado arqueologizar la memoria colectiva para recuperarlos de los sitios donde se han ocultado. Existieron, existen. Algunes pedalean bicicletas, otres acuden religiosamente a jugar dominó en las mesas de los colmados, unes más intentan, simplemente, sobrevivir. Ahí están. Libres y con vida.  

Han aparecido, porque hay personajes que nadie los recuerda. Preguntarle a la gente ¿de dónde tú ere’? Es una pregunta que yo hago a casi todo el mundo; es como si yo estuviera en el exilio, como cuando estás en otro país y estás tratando de encontrarte con tu gente. Saber que el paso por la tierra de otres fue importante y fue relevante para mí y muches niñes. 

Lo que yo hago es como eso, como el muerto que pintan en la pared. Aquí se hace eso en los barrios, muere una persona y lo pintan. ¿Por qué lo pintan? Porque la gente tiene necesidad de no olvidar.

La negritud está sentada frente a ti bebiendo una cerveza

¿Cómo definirías la negritud en tu hacer como escritora, como activista, como mujer?

—Para mí, lo negro no se puede desvincular de la clase social, no se puede desvincular de lo sexual, tampoco. Esa negritud de la que yo hablo, esa negritud que yo soy es una negritud común y corriente. Es una negritud que se monta en una guagua pública, es una negritud que tiene que ir al mercado porque lo cuartos no le dan. Es la negritud que es precarizada, que está metida en un trabajo y, los compañeros y compañeras, creen que no tienen la capacidad para hacer nada. Esa es la negritud mía, la negritud que vive luchando por demostrar que tiene contenido, que tiene ciencia, que sabe lo que está haciendo, que tiene técnica. Esa es la negritud, no la del pañuelo, de los trapos de colores, de los collares. 

No está siendo una sola representación de lo negro; NOSOTRES SOMOS NEGRES. Nuestra literatura no necesita enunciarse, nuestra literatura está ahí. En la narrativa, ahí se ve que es una negra la que escribe, porque la gente blanca, o que tienen esas pretensiones blancas, no escribe de eso, y, si lo hace lo escribe en otra manera. Entonces, yo creo que en el contenido, en los personajes, en cómo se hablan, es una narrativa prieta, barrial, racializada.

Más tarde la mesera nos dice que no hay más cerveza. ¡Se la acabaron toa’! ¡Oye ahora! ‘Ete lugar no está para nosotras

Santo Domingo, República Dominicana. Diciembre, 2023.

Una entrevista de Ana Hurtado

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