En los últimos meses, las redes sociales han visto un resurgimiento del interés por compositores europeos como Vivaldi, Beethoven, Mozart, Bach y Chopin. Entre quienes identifican estas obras clásicas, se ha instalado una percepción de superioridad intelectual, como si el reconocimiento de estas melodías otorgara un estatus de mayor cultura, civilización o refinamiento. Pero, ¿por qué precisamente esta música es la que se viraliza? ¿Por qué dominan los currículos de la teoría musical en conservatorios y academias? ¿Es casualidad que la música “culta” o “clásica” esté tan estrechamente vinculada a un linaje de hombres blancos europeos?
Estas preguntas han sido motivo de reflexión en distintas comunidades musicales, y recientemente, el músico argentino Rodrigo San Martín avivó el debate con su video titulado “La teoría de la música es racista” (San Martín, [@sanmartinphase7], 2025). En él, argumenta que la enseñanza musical formal se basa en una visión eurocéntrica que excluye otras tradiciones igual de ricas y estructuradas. San Martín señala que la teoría musical tal como se enseña hoy no es un reflejo universal de la música, sino un conjunto de reglas creadas hace más de 300 años para describir el lenguaje musical de compositores europeos, ignorando por completo otros sistemas de organización sonora.
Una de sus críticas más contundentes es que los conservatorios siguen enseñando una teoría musical basada en la escala cromática de notas occidentales, sin considerar que otras tradiciones musicales, como muchas afrodescendientes, operan con sistemas distintos. Por ejemplo, la música afrolatina, caribeña y africana trabaja con claves rítmicas y escalas modales que no encajan dentro del modelo tonal europeo, y aun así no son reconocidas dentro de la teoría formal (Kubik, 2010).
Si la teoría musical pretende ser una herramienta de análisis y comprensión de la música, ¿por qué sigue excluyendo la riqueza armónica y rítmica de las músicas africanas, afroestadounidenses y afrolatinas?
El nacionalismo alemán y la construcción de la “música clásica”
Para entender por qué la teoría musical es lo que es hoy, es crucial analizar su construcción histórica. Durante el siglo XIX, el nacionalismo alemán jugó un papel determinante en la consolidación de un canon musical que exaltaba a compositores como Haydn, Mozart, Beethoven y Wagner como los pilares de la “gran música” (Taruskin, 2005). Basta saber quien era Heinrich Schenker o el padre del análisis Shenkeniano — quien en su propio diario defendió el nazismo y/o la supremacía blanca, por lo tanto, esto se evidencia en la mayoría de los análisis musicales — así que esta selección no solo fue estética, sino también ideológica (racista): la Alemania de la época buscaba reforzar una identidad nacional que se apoyaba en la cultura europea —filosofía, literatura y, por supuesto, música —como símbolo de la blanquitud y grandeza.
El problema es que este sesgo histórico se transformó en un estándar incuestionable dentro de la academia musical. La teoría musical formalizó los principios y estructuras que estos compositores utilizaban, convirtiéndolos en las reglas universales del buen hacer musical. Así, las armonías, escalas y formas compositivas europeas del siglo XVIII se convirtieron en el “lenguaje de la música”, mientras que todas las demás tradiciones musicales del mundo fueron catalogadas como folclore, música popular o, en el mejor de los casos, influencias exóticas (Agawu, 2016).
Pero, ¿qué pasa con las tradiciones musicales de la diáspora africana? ¿Por qué el jazz, el blues, la salsa, el kompa haitiano, el tango, la rumba o el griot —todos géneros musicales profundamente estructurados y con sistemas teóricos propios—siguen siendo excluidas de los currículos de teoría musical?
La teoría musical como barrera excluyente y la universidad como cómplice
Si analizamos los cursos de teoría musical en la mayoría de los conservatorios, notaremos que siguen enseñando conceptos que datan de hace más de 300 años, ignorando por completo las estructuras rítmicas y armónicas de músicas de origen africano (Kubik, 2010).
Por ejemplo, el jazz introduce un sistema de armonía modal y sincopación que transformó la música del siglo XX. El blues, con su progresión armónica característica y su relación única con la microtonalidad, rara vez se estudia como una teoría en sí misma. Lo mismo ocurre con la salsa y la rumba, que tienen patrones rítmicos como la clave de son y la clave de rumba, esenciales para su estructura, pero que no gozan del mismo estatus que una sinfonía de Beethoven.
El tango, un género nacido en el Río de la Plata (Argentina) con una fuerte raíz afrodescendiente, también ha sido relegado en la academia. Su compleja interacción entre ritmo y melodía, sus progresiones armónicas y su evolución estilística lo convierten en un sistema musical tan válido para el estudio como cualquier sinfonía europea (Gubitsch, 2015). Sin embargo, el tango solo aparece en los conservatorios como una “música de identidad nacional” en Argentina, sin ser estudiado con el mismo rigor teórico que el barroco o el romanticismo alemán.
En el continente africano, tradiciones musicales como la polirritmia de la música mandinga, la estructura cíclica del soukous congoleño y los modos escalísticos de la kora en África Occidental han sido fundamentales en la evolución de la música global, pero rara vez son abordadas en el estudio formal de la música (Agawu, 2016).
San Martín menciona otro punto clave: mientras que la teoría musical occidental opera con un sistema de 12 notas, otras tradiciones han desarrollado sistemas mucho más complejos. La música afrodescendiente, al igual que muchas otras músicas del mundo, utiliza escalas microtonales, polirritmias y estructuras que desafían la rigidez del sistema temperado europeo. Pero estos sistemas son ignorados porque no encajan en la lógica teórica que Occidente impuso como única referencia válida.
La tradición del griot africano: Un ejemplo de clásicas musicales excluidas
En el entramado de las tradiciones musicales africanas, el griot juega un papel crucial que va más allá de ser simplemente un narrador de historias. El griot es, en esencia, un compositor y un sabio, cuya música está imbuida de una profunda conexión con la espiritualidad, la historia, la comunidad y la memoria ancestral. Esta música, aunque rica en su complejidad y sofisticación, es frecuentemente ignorada, y muchas veces despreciada, por los estándares musicales establecidos por la tradición eurocéntrica.
Los griots, cuya función es preservar la historia de los pueblos africanos a través de la música, no se limitan a seguir las estructuras armónicas o melódicas de la música clásica europea. Al contrario, su arte se estructura dentro de un sistema profundamente diferente, en el que la melodía, el ritmo, y la armonía tienen una relación orgánica y simbólica con el contexto social y espiritual. Instrumentos como la kora, el balafón y el n’goni, lejos de ser simplemente herramientas musicales, representan vínculos con la tierra, la ancestralidad y las raíces de una cosmovisión que niega la fragmentación entre lo espiritual y lo físico, entre lo individual y lo colectivo.
La música de los griots es profundamente ritual, cargada de un sentido de trascendencia que no puede ser encasillada dentro de las categorías de la música “clásica” occidental. Mientras que los compositores europeos como Bach, Mozart o Beethoven crearon sinfonías que se ajustan a una estructura formalista, la música de los griots fluye en un espacio temporal no lineal, que se alimenta tanto del pasado como del presente, y que está al servicio de una comunidad viva que depende de la tradición para mantenerse unida y fuerte frente a las adversidades.
Al no ser reconocida en los conservatorios ni en los programas académicos de música, la tradición del griot —y, con ella, la música africana en general— queda fuera de la estructura académica y cultural que define lo que se considera “legítimo” en la música. Este olvido, alimentado por la hegemonía de una visión eurocéntrica de la música, refleja la incapacidad del sistema educativo para integrar otras formas musicales que no se ajusten a los patrones impuestos por la teoría musical clásica.
Es crucial señalar que la música de los griots no es una forma “primitiva” o “sencilla”. Más bien, se trata de un sistema musical completamente desarrollado, con sus propias reglas y complejidades, que se mantienen en constante transformación dentro de la tradición oral. Esta música, lejos de ser estática, es profundamente dinámica, adaptándose a los cambios de la sociedad mientras mantiene sus raíces espirituales intactas. Sin embargo, la teoría musical tradicional, basada en los patrones de tonalidad y armonía de la música clásica europea, se ve incapaz de entender o de valorar estos sistemas modales y rítmicos que son igualmente sofisticados.
La exclusión de la música africana, afroestadounidense y afrolatina de la enseñanza formal de la música no es solo una cuestión de gustos musicales o diferencias estéticas. Se trata de una continua violencia epistemológica que marginaliza y despoja de legitimidad las formas de conocimiento que no se alinean con los valores impuestos por el colonialismo cultural. La música de los griots y de otras tradiciones musicales africanas no debe ser vista solo como un “interludio exótico” dentro de un currículo europeo; debe ser entendida como una manifestación cultural integral, profundamente significativa y con un valor comparable al de cualquier otra forma musical que se enseñe en los conservatorios del mundo.
Por lo tanto y en defenitiva, el estudio de la música africana debe incluir, no solo una apreciación de sus formas sonoras, sino también un reconocimiento de la profunda conexión que existe entre la música, la historia, la identidad y la espiritualidad. Los griots no solo cuentan historias; ellos son los guardianes de una memoria colectiva que ha sido rechazada, borrada y oculta por la narración oficial que ha privilegiado la historia de los colonizadores. En su música reside una visión del mundo que resiste el olvido, una visión que debe ser finalmente reconocida y estudiada en su totalidad, no como una mera curiosidad exótica, sino como una parte fundamental del legado musical humano.
La Isla de Haití y la música clásica olvidada
El problema no es solo la exclusión de géneros afrodescendientes dentro de la teoría musical, sino también la invisibilización de compositores negros que sí trabajaron dentro de los cánones de la música académica.
En la República Dominicana, José de Jesús Ravelo desarrolló obras sinfónicas y corales que merecen un lugar en el repertorio internacional. Sin embargo, su nombre no aparecen en los libros de teoría musical, ni sus obras se estudian con el mismo rigor que las de sus contemporáneos europeos.
En la República de Haití, por ejemplo, hay una tradición de música clásica que rara vez es mencionada en los estudios occidentales. Occide Jeanty, uno de los compositores haitianos más importantes del siglo XIX, creó marchas y sinfonías que combinaban la estructura clásica europea con ritmos y melodías caribeñas (Largey, 2006). A pesar de todos los esfuerzos que hizo la investigadora argentino-mexicana, Lidia (Guerberof Hahn) Sansaricq, quien dedicó paralelamente su vida a la docencia en musicología en varias academias prestigiosas de América Latina, todavía no se pudo lograr hacer reconocer a la música clásica haitiana : “(…) Son compositores haitianos académicos y clásicos que estudian en París y Estados Unidos, cuando regresan en Haiti hacen un aporte propio a esas músicas. (…) Lo que espero es que las acepten… eso quiero transmitir al público. Primero que sepan que hay más que un país “paupérrimo” que no lo es. Haiti es un país creativo. Tiene una sensibilidad impresionante para el arte” me confesó.
“Mi música es música clásica negra”
Nina Simone, la legendaria pianista y vocalista afroestadounidense, expresó esta problemática con una contundencia que sigue resonando hoy:
“El jazz es una palabra blanca para definir a la gente negra. Mi música es música clásica negra.” (Simone, citado en Cohodas, 2010).
Lo que Simone señala aquí es la necesidad de redefinir el concepto de “clásico”. En lugar de aceptar pasivamente la idea de que la música clásica es un conjunto de obras escritas por europeos hace siglos, debemos entender que la música clásica es aquella que ha moldeado la historia de la humanidad. Y bajo ese criterio, el jazz, el blues, el kompa haitiano, el tango, la rumba y el soukous merecen el mismo estatus que una sonata de Mozart.
Concluyendo… Sólo una teoría musical decolonial será verdaderamente universal
La teoría musical, tal como se enseña hoy, no es un reflejo imparcial de la música, sino el resultado de siglos de racismo, del nazismo y de exclusión sistemática. Para que realmente cumpla su propósito de analizar y comprender la música en su totalidad, debe incluir las tradiciones africanas y afrodescendientes con la misma profundidad que las europeas.
Significa estudiar el jazz no como “música popular”, sino como una estructura armónica legítima. Significa incluir en los conservatorios el análisis de la clave en la música cubana y el tango con el mismo nivel de detalle que el contrapunto barroco. Significa, en definitiva, abrir la música a todas sus posibilidades y dejar de tratar a la tradición europea como la única que merece ser considerada “clásica”.
Al ignorar estas tradiciones o géneros no europeos, no solo perpetuamos la marginalización de las culturas africanas y afrodescendientes, sino que también limitamos nuestra comprensión de la música en su totalidad. Si aspiramos a una educación musical verdaderamente global y decolonial, debemos ir más allá de los límites de la tradición eurocéntrica y abrazar la riqueza y la diversidad de todas las músicas del mundo, reconociendo su valor intrínseco y su capacidad para enriquecer nuestra comprensión del arte sonoro. Solo así podremos crear un sistema musical que sea inclusivo, equitativo y verdaderamente representativo de la pluralidad cultural de nuestra humanidad.
La música es más que teoría: es historia, identidad y resistencia. Y mientras sigamos ignorando la contribución afrodescendiente a la teoría musical, estaremos perpetuando una visión limitada y excluyente del arte más universal que tenemos.
Referencias :
- San Martín, R. (2025). La teoría de la música es racista [Reel]. Instagram: @Sanmartinphase7
- Kipili (2025). La Tradition du Griot Africain, [Reel]. Instagram. @imkilipi
- Agawu, K. (2016). The African Imagination in Music. Oxford University Press.
- Cohodas, N. (2010). Princess Noire: The Tumultuous Reign of Nina Simone. University of North Carolina Press.
- Gubitsch, T. (2015). Tango: Una pasión musical. Editorial Eterna Cadencia.
- Kubik, G. (2010). Theory of African Music. University of Chicago Press.
- Largey, M. (2006). Vodou Nation: Haitian Art Music and Cultural Nationalism. University of Chicago Press.
- Taruskin, R. (2005). The Oxford History of Western Music. Oxford University Press.
Un texto escrito por Jackson Jean — periodista y activista negro — tras concluir el masterclass de “How to Think and Write Like a Critic” en The School of The New York Times